La primera impresión que he sacado después de ver esta película es que estamos ante una película extraña, difícil de asimilar, envuelta por una frialdad que no ayuda, si no todo lo contrario, a empatizar con los distintos personajes que transitan por la historia y que esquiva en la medida en que puede con cualquier atisbo de emoción que pudiera generar el desarrollo de los acontecimientos. La directora austríaca Jessica Hausner apuesta por una narración meramente descriptiva en el que el santuario de Lourdes ejerce de microcosmos en el cual una serie de personajes serán testigos de un suceso extraordinario sin que sus anodinas vidas se vean sacudidas más allá de lo que en un principio parecería esperarse.

“Lourdes” se mueve entre el folleto turístico y el retrato sórdido de unas personas que alimentan cada una en su papel el negocio de la religión y es en esa indefinición, quizás buscada intencionadamente, en el que la película se pierde y parece no llegar a ninguna parte. El camino de la fe, el viaje a la curación movido por la (des)esperanza es utilizado por Hausner para plantear una serie de interrogantes que nunca llegan a resolverse y que convierten al espectador en otro peregrino más, a la espera de algún milagro que salve la función de la quema. Desgraciadamente este milagro no acaba de producirse y “Lourdes” acaba con la misma sensación de desconcierto que la acompaña a lo largo de todo el metraje, como si el miedo a molestar a algunos o la voluntad de contentarlos a todos hubiera castrado las verdaderas intenciones iniciales de un proyecto que termina por convertirse en una verdadera decepción.

Lo mejor: la convincente interpretación de Sylvie Testud.

Lo peor: la frialdad que impregna todo el relato.