Que en uno de los momentos más logrados de la película, , Jonathan Levine, en un recurso facilón pero efectivo, utilice el “It must have been love”de Roxette, no casualmente uno de los hits emblemáticos de la referencial “Pretty woman”, como fondo musical significa dos cosas: que ya ha pasado suficiente tiempo para que la película de Rob Marshall sea homenajeada por sucedáneos con aspiraciones a ocupar su trono y que, definitivamente, la fábula romántica protagonizada por Richard Gere y Julia Roberts ha pasado a la historia como obra culmen del género. “Casi imposible” se aferra a la fórmula, que no por gastada sigue dejando de funcionar, actualizándola a los nuevos tiempos, cambiando los roles genéricos, y reforzando el humor con la presencia de uno de los puntales de la nueva comedia gamberra hollywodiense. El resultado es un film irregular pero que se disfruta con agrado gracias a su habilidad por saber ganarse la complicidad del espectador. No va mucho más allá, claro está, ni marcará ningún antes ni después, pues la contraposición del glamour de Charlize Theron frente a la chabacanería de Seth Rogen no alcanza las cotas de autenticidad que ofrecieron otras parejas en el celuloide (y no me refiero solo a la de Edward Lewis con su prostituta preferida) ni la química entre ellos llega a ser completa. Sea por lo improbable de la historia que se nos cuenta, sea porque Rogen es menos gracioso de lo que realmente se cree, lo cierto es que “Casi imposible” queda algo lejos de lo que su aparatosidad a nivel de producción podía hacer creer. Con todo, su defensa de la ética y la honestidad, su espíritu de denuncia algo naif, y las puntuales apariciones de Saul Goodman reconvertido en excéntrico presidente de los EEUU, ofrecen suficientes alicientes para dejarse llevar por este cuento con ranas en lugar de príncipes.

Lo mejor: comprobar que la fórmula sigue funcionando.

Lo peor: le falta mucha magia para llegar a trascender.