Hay fórmulas en el cine que a poco que se esté mínimamente inspirado suelen garantizar un éxito seguro. Una de ellas es la de juntar a dos personajes antagónicos y forzarlos a convivir durante una temporada. Ya sea en forma de policías, compañeros de piso, o como en el caso que nos ocupa un millonario tetrapléjico y su cuidador. En “Intocable” los directores Olivier Nakache y Eric Toledano se aprovechan de la gran complicidad de dos actores en estado de gracia para establecer una trama sencilla pero terriblemente efectiva con la que consiguen hacer reir y emocionar a la platea. Posiblemente no inventan nada y el desarrollo argumental es más previsible de lo deseable, pero de las imágenes de “Intocable” nace una magia innegable, irresistible en su manera de abordar un tema siempre delicado. Y es evidente que el uso del humor en toda su gama de colores del que hacen gala sus responsables es decisivo para que lo que podría haber dado para un duro drama se transforme en un canto a la vida y a las segundas oportunidades. Con el mérito añadido de estar todo llevado con un máximo cuidado, con un virtuosismo narrativo que les permite transitar por la cuerda floja sin miedo a caer en aspectos ofensivos o piadosos. La película se eleva por encima de lugares comunes para, desafiando los vientos del buenrollismo acomodaticio, mostrar el vuelo libertario de dos personajes tan necesitados como necesarios. Un volver a empezar que es ante todo una gran oda a la amistad ante cualquier tipo de prejuicio que se disfruta con una sonrisa continúa en el rostro.

Lo mejor: François Cluzet y Omar Sy, geniales.

Lo peor: su previsibilidad.