En su momento, se trató de comparar la violencia desplegada por tarantino en su Reservoir Dogs con aquella descarnada, e impropia para su época, de Peckinpah en películas como La Huída o Grupo Salvaje. Pues bien, cada maestro tiene su imitador y si August era el alumno aventajado de Bergman, Martin McDonagh pretende serlo de Quentin Tarantino. Desde la perspectiva del espectador no iniciado, el que no viese los guiones del de Knoxville para películas como Amor a quemarropa, Reservoir Dogs o Pulp Fiction, quizá pudiera llegar a pensar que éste es un cine tan original como alocado, tan violento como mundano y tan sagaz como trepidante. El único problema es que 7 Psicópatas no inventa nada nuevo, lo que no quiere decir que no sea una película más que correcta.

La forzada búsqueda de ese lenguaje cinematográfico en el que personajes extremos se pasean por el escenario del mundo real para forzar situaciones kafkianas no deja de ser sorprendente, máxime cuando estos personajes, SIEMPRE, son un puñado de perdedores.

El lenguaje soez, la mirada cuasi neorrealista de ese Estados Unidos que apesta, con sus matones, sus asesinos en serie, sus estrellas de medio pelo, sus dioses de barro y ese sentido justiciero de su cine también están invitados en la cinta, una cinta que, llegado a un punto concreto, pierde ritmo, nos traslada a una alocada introspección de los personajes para culminar con un final, para mí, más que predecible.

No obstante, la película transcurre con buenas interpretaciones, alocados momentos y un epílogo que cierra el círculo de una historia atractiva y bien rodada, en la que parece que la búsqueda de la etiqueta “Película de Culto” es la única motivación de sus autores.