La cúspide de la pirámide social es un lugar remoto para muchos que probablemente nunca llegaremos a conocer o experimentar.

Afortunadamente hay series como “Succesion” que nos lo acerca de manera bastante plausible para que conozcamos qué clase de personajes lo pueblan.
No es nada exagerado afirmar que esta serie es una pieza maestra de nuestros tiempos, la última joya (entre otras muchas) de la HBO.
Es la televisión teatralizada con aires shakesperianos contemporáneos. El Rey Lear de los despachos y las mega corporaciones.

Aunque está excelentemente escrita, con inspirados y afilados diálogos sumados a una trama interesante (aunque no demasiado apasionante en ocasiones), lo que realmente brilla es su plantel actoral.

Porque si hay algo de lo que puede presumir “Succesion” es de sus personajes y lo extraordinariamente bien actuados que están. Ricos no sólo en dinero, también en matices, traumas y ambición.
Es muy difícil (si no imposible) tomarles cariño, porque son por lo general gente tóxica, si bien en algún punto de sus historias es posible sentir cierta compasión (pasajera) hacia ellos.

Los protagonistas son básicamente niños de papá que intentan heredar el trono de su despótico padre en el imperio mediático que regenta.
Un imperio, dicho sea, en decadencia por el auge de las plataformas multimedia que amenazan con dejarlo en la obsolescencia y a merced del mercado caníbal.

Se podría escribir muchas líneas sobre cada uno de los personajes y sus motivaciones, pero baste decir que en última instancia son deudores del tópico “los ricos también lloran”.
¿Cómo si no entender el calvario y la humillación a la que más de una vez son sometidos en su búsqueda del poder? Siendo asquerosamente ricos ¿Por qué no desentenderse de todo y vivir la vida, o crear sus propios proyectos personales al margen del emporio familiar?
Por una razón sencilla pero poderosa: La aprobación paterna.

Es ahí donde reside la tragedia y el corazón de la historia.

Y es que, aunque hay indicios de que en el fondo los hermanos se estiman, por el hecho de haber sido educados para competir hace que no puedan evitar hacerse daño entre sí en cuanto tienen la más mínima ocasión.
Basta analizar las evocadoras y reveladoras escenas de los títulos de crédito (una verdadera OBRA MAESTRA que bien merecería una crítica para sí misma), para entender o al menos sospechar cómo fue la infancia y crianza de los herederos y la relación con su padre.
El último frame de los cuatro hijos en fila encuadrados con la cabeza fuera de plano, como cuerpos colgados de una soga en el cadalso, es más que elocuente.
Una auténtica experiencia si a ello además le sumamos el elegante, sofisticado y pomposo réquiem musical que acompaña las escenas.

Mención aparte merecerían toda la corte de ejecutivos y arribistas que rodean a la familia Roy.
Aparte de Tom “el cuñado” y Greg “el agregado” me hubiera gustado conocer más detalles sobre sobre el trasfondo y trayectoria vital de ese puñado de cortesanos que viven abducidos en ese mundo de lujo bailándoles el agua a la insoportable familia. Está claro que la avaricia es el factor común.

Por ponerle alguna pega a la serie, no me acaba de convencer la forma en que está filmada.
Ese formato de falso documental con zooms a los personajes para recrearse en sus reacciones me parece poco elegante, sobre todo en las primeras temporadas donde este recurso es más acusado. Lo siento como si me dieran un codazo y me dijeran “¡Hala, mira lo que le ha dicho!”
Afortunadamente hacia el compás final de la serie se modera más el uso.

En cualquier caso “Succesion” es una gran obra, un nuevo clásico de la HBO, que se ha ganado su lugar en el Olimpo de las series.