A mí en general no me gustan los musicales.
Pero toda regla tiene una excepción, y Chicago es una de ellas.
Par ser sinceros, me cabreó bastante que la premiaran con el oscar a la mejor película de 2002, habiendo otras candidatas tan estimables como El Pianista.
De hecho, tras el fallo de los premios me dispuse a ir al cine con el cuchillo entre los dientes para destrozarla a críticas en cuanto se presentara la más mínima oportunidad.
Y al final el cuchillo se cayó de mis mandíbulas cuando éstas se relajaron en admiración.
Chicago tiene muchas virtudes que justifican su éxito.
La primera y más evidente son los geniales números musicales (canciones que pueden tararearse y que no son peroratas con música de fondo) y las magníficas coreografías que los acompañan.
La segunda es la esforzada interpretación de sus actores (de la cual se salva hasta Richard Gere al cual no suelo tragar) destacando especialmente a Zeta-Jones por su exuberante Velma Kelly y un All that Jazz antológico, John C. Reilly por su entrañable cornudo y finalmente Queen Latifah por la oronda y cachonda carcelaria.
Pero la mayor de las virtudes es su historia, que aun siendo simple esconde una ácida crítica a propósito de la justicia mediática con la cual coincido plenamente.
Así que, aunque El Pianista es una gran película, considero que el Chicago es digna merecedora del galardón.
Ya era hora de que un poco de diversión se hiciera hueco entre tanto drama.