Zwick es un director con oficio, conoce el medio y sabe lo que engancha a la gente. Básicamente se le podría considerar un director de masas que posee la difícil virtud de anotarse más tantos de los que le corresponderían por obras de dudoso alcance. Mueve acertadamente la cámara y suele acertar con la banda sonora. En la película que nos ocupa, quizá ha debido intuir que la Academia de los huevos lo iba a nominar casi seguro debido al relato más molón posible a la hora de optar a las estatuillas, que no es otro que los cuentos sobre los valerosos judíos de la época germánica, y el tipo se nos ha agarrotado sirviéndonos un telefilme descafeinado de supuestos héroes en un supuesto bosque en el que sobreviven a base de negar su propia suerte.

La película carece de la garra que se espera. Las escenas más emotivas no emocionan y las secuencias heroicas rebajan el nivel que Zwick ya demostrara en películas como Tiempos de Gloria. Servidor, un tanto hastiado ante el desangelado producto que tenía enfrente, hizo un aparte para salir a echarme un piti justo cuando más armas encima portaban nuestros valerosos judíos. Mientras me escabullía de la sala escuchando los primeros bombazos me preguntaba si la nieve que veía en la calle cuajaría mientras fumaba ese cigarro. Cuando regresé, la sangre alemana teñía de rojo una nieve que sí cuajaba en la mente de Edward Zwick, pero que a mí se me antojaba un aguanieve molesto, cotidiano y resultón, que había hecho acto de presencia porque como todos sabemos, a Oscar le encantaban los paisajes blancos, si no, se hubiese rodado en el desierto de Almería. O no. Muy justito.