Deprimido por la falta de cojones.
Deprimido por estar enganchado a las carreras.
Deprimida porque sus hermanos no existen.
Deprimido por no haber educado bien a los hijos.
Deprimido por no ser el favorito.
Deprimida por no vivir en Brasil.
Deprimido porque tiene que pagar las facturas.
Deprimido por su nuevo estado civil.
Deprimida por la infidelidad del cuñado.
Deprimido por utilizar armas.
Deprimido porque no debería haber estado allí.
Deprimida porque los cheques no llegan.
Deprimido por no haber pedido cita.
Deprimido por haber engendrado un hijo puta.
Deprimida por no poder ir de excursión.
Deprimido por tener ese hermano.
Deprimido por la falta de drogas.
Deprimida por irse a vivir con su madre.


Resumiendo, el Rey Arturo me parece mejor. A los tipos algo risueños nos desagradan estas películas. Sabemos de sobra que la vida no es así. Siempre hay blanco sobre negro y nadie tiene tan mala fortuna para no verlo. Incluso esquivando el blanco éste siempre aparece. Me disgusta el enfoque de la obra, un recurso facilón destinado a estómagos sensibles que puedan aplaudir este pretencioso cagarro. La nota es por los actores, claro, únicos defensores posibles de esta paupérrima propuesta.

Un tipo del paleolítico nos propone un film en el cual únicamente observamos una cara: la más fea, amarga, y dura de ellas. Habría que explicarle al octogenario que la vida son dos caras y, que a su edad, ya debería saber que la vida es gris. Aquí sólo nos presenta el negro y la exageración se paga otorgándole una nota baja. La nota que se merece.

Existen buenos asilos y hospitales mentales en el Estado de Alabama. Espero que lo recojan antes de que haga una barbaridad como la de meter una tostadora en la bañera. Supongo que es duro hacerse viejo, pero no me hagas envejecer a mí.
Cabrón.