Serie pedagógica donde las haya que mantiene vivos los valores occidentales basados en la camaradería, la compasión, el recreo, la gastronomía y el buen gusto, pilares principales sobre los que se asienta la rica personalidad del protagonista: aventurero, despepitador, santo barón, erudito de la Biblia y fornicador entre dientes, es decir, un semidios.

Cuenta con bastantes misiones en la calle y doce niveles de dificultad en las que nuestro héroe se deshará, no sin contratiempos, de yonquis, pueblerinos, ateos, embarazadas, falangistas y dos guardias urbanos, estos últimos como bosses principales de la primera entrega de esta gran serie.

Los secundarios, todos de gran lujo y detalle, son conscientes de no hacer sombra al protagonista y se mantienen en un discreto y lujoso segundo plano, preparados para servir té y pastas al artista, colocarle las zapatillas cuando corresponda o conseguirle el Marca en un bazar iraní atestado de seguidores muyahidines culés. Todo sea porque la pax charlyana continúe en el imperio que tanto tardó en forjar.

El guión, propio de un Nóbel, lo escribe él mismo mientras desarrolla para deleite de público y fans las misiones en la calle que antes escribió realizando otras misiones en la calle. Es el ovillo que se hace bola, el círculo triangular, la pescadilla que quiere ser mamá. Es, sin duda, una de las mejores aproximaciones al existencialismo del hombre de finales del siglo XX, y creánme amigos, yo de éso entiendo algo.

Resumiendo, que la pu.... serie esta la va a ver su pu.... madre.
No estaba hablando de eso.