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España España · Murcia
Voto de Evol:
7
Drama. Ciencia ficción Justine (Kirsten Dunst) y su prometido Michael (Alexander Skarsgård) celebran su boda con una suntuosa fiesta en casa de su hermana (Charlotte Gainsbourg) y su cuñado (Kiefer Sutherland). Mientras tanto, el planeta Melancolía se dirige hacia la Tierra... (FILMAFFINITY)
8 de noviembre de 2011
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Un prólogo tan anecdótico como efectivo, tan efectista como deslumbrante, tan impostado como inspirado revela desde el minuto uno la naturaleza de esta propuesta pergeñada por un director experto en generar polémica conscientemente (juego sucio) a base de una creatividad desbocada y de un sobresaliente dominio de los más íntimos secretos del lenguaje cinematográfico (juego limpio). Un prólogo hábilmente imbricado en el desarrollo de la trama gracias al trivial juego de correspondencias propuesto en torno a una serie de poderosas imágenes-símbolo que, a lo largo del metraje, irán encajando a modo de piezas de puzzle, provocando así en el espectador una infantil y placentera sensación de dominio sobre el artilugio que se le presenta. Típica artimaña de ese caradura endiabladamente inteligente que es Lars Von Trier, que no duda en aderezar sus maquinaciones con unos referentes pictóricos y musicales con los que no establece, de momento, ningún tipo de diálogo provechoso (todo se andará).

Una primera parte en la que los fantasmas del pasado se apoderan de la cámara con pulso tembloroso y se empeñan en retratar, inexplicablemente, lo que ya ha sido retratado con mucho mejor tino en otros tiempos (y no solo por Vinterberg). Con un pueril retrato de los personajes resulta difícil decidir cuál resulta más plano e insustancial (la madre, el padre, el jefe, el nuevo empleado, el recién casado, el cuñado,...de juzgado de guardia todos). Y no se salva el personaje central en este prescindible tramo durante el cual nada de lo que hace o dice Justine despierta el más mínimo interés (y no digamos el resto de los personajes).

Y una segunda parte deslumbrante, en la que brilla con luz propia Charlotte Gainsbourg (cada vez más inspirada) y en la que Kirsten Dunst, después de sufrir la escena-pegote del desnudo, consigue superar con nota el gran reto que el director plantea a ambas. La narración se diluye cuando Melancolía cubre la bóveda celeste y satura el espacio acústico, ya no hacen falta coartadas discursivas, las dos actrices trascienden su condición de personaje y asumen su estatus simbólico con asombrosa sencillez y, ahora sí, el director consigue con esta portentosa alegoría final esa esperada comunión con toda una tradición artística: la representación romántica de la esencia vital sublimada en los últimos grandiosos segundos de esta esquizofrénica película.
Evol
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