El tempo de la película es sólo apto para espíritus serenos que dejan de lado todo tipo de expectativas. El tema, que apela a esa difícil relación entre el padre y el hijo (y en este caso un hijo varón, no por casualidad) comienza, se desarrolla y resuelve en un plano imposible para aquellos que buscan el realismo, es decir, que intentan entender los conflictos de los personajes desde un plano meramente social. Evidentemente existe ese plano en el que se refleja ese eterno conflicto entre padres e hijos, pero eso no basta; épica, mitilogía, espiritualidad son tres pilares sobre los que se basa el guión. La factura de la película es impecable. Cada plano está perfectamente estudiado para envolver al espectador en esa atmósfera necesaria para sentir lo que esta aventura onírica propone, no sólo a través del intelecto, sino también a través de los sentidos. La fotografía de Hoytema es abrumadora. La banda sonora, soberbia, recoge en alguna ocasión algunas de las mejores composiciones de Max Richter. La interpretación de Brad Pitt y Tommy Lee Jones, buques insignia de esta aventura épica, es magistral. Gray ha conseguido conjugar todos los elementos que intervienen en su film de manera magistral. Excepto la sensibilidad e intelecto, el espectador que se siente a ver esta película tiene que dejar lado todo lo accesorio y, desde luego, ese ansia por consultar el móvil cada dos minutos. Volveré a verla.