Película promesa, la segunda de Andrew Niccol, que se queda inexplicablemente en una experiencia que te arranca unos minutos de pensamiento postfílmicos. Se trata de un film en el que la idea original es muy buena, pero lo excesivo de las escenas de transición y lo superfluo de los espectáculos musicales y otras escenas hacen que la película se olvide de justamente aquello que le otorga la grandeza: el transfondo metafísico y, en último caso ético, de la película.
Un Al Pacino totalmente fuera de su medio no puede echarse la obra a la espalda ésta vez, en una de las actuaciones menos logradas de su carrera.
Desierto creativo del director neozelandés que queda muy lejos de su anterior película (Gattaca) y de la que haría a la postre (El señor de la guerra). No obstante, Niccol se sumerge en una película de temática, desarrollo y simbolismo muy complicados que, de haberse hecho bien, dos puntos hacia arriba no habrían hecho justicia por lo escaso de la recompensa; sin embargo, ecce film, Simone.