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España España · Madrid
Voto de Mengo:
8
Drama Tasio trabaja como carbonero desde los catorce años en un pequeño pueblo navarro de la sierra de Urbasa. La vida cambia, pero el monte permanece siempre igual: abrupto y hermoso. Es el escenario de sus juegos infantiles, pero es también el lugar donde encuentra el sustento para su familia. Cuando se hace adulto, al carbón añadirá la caza furtiva. A pesar de que es la época del éxodo rural, de la emigración a las ciudades en busca de un ... [+]
16 de septiembre de 2015
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Durante el rodaje del cortometraje documental “Carboneros de Navarra” (1981), Montxo Armendáriz conoce a Anastasio Otxoa, un carbonero al que todos conocen como Tasio. Su fascinación por este personaje se traduce en la escritura de un guion de ficción biográfica. Después de año y medio de búsqueda de un productor para la que sería su ópera prima, Montxo contacta con Elías Querejeta, quien acepta las condiciones de rodar solo con actores naturales o muy poco conocidos.

El productor, además, apuesta firmemente por la película, aprobando un presupuesto muy por encima de la media (125 millones de pesetas) y contratando a un equipo técnico de primera categoría. Entre ellos cabe nombrar la dirección artística de Gerardo Vera, antes de que se pasara al teatro, José Luis Alcaine a la fotografía y Pablo G. Del Amo en el montaje, dúo con olor a “El Sur” (Víctor Erice, 1983).

Tasio defiende su independencia laboral, se vanagloria de no trabajar para otros, pues esto solo incrementa la brecha entre ricos y pobres. No es justo que unos trabajen y otros se lleven las ganancias, y si esto es ley de vida, más vale morir. Tasio mantiene una lucha perenne contra el status quo que lo rodea. Confía en sus manos para trabajar, en su familia y en la gente del pueblo, pues es en la austeridad cuando cada uno es más vulnerable y necesita más de la ayuda del otro. Y sobre todo, entiende el campo, el monte y la Naturaleza, como fuente de vida y de equilibrio físico y emocional. Es esta convicción la que guía a Tasio desde niño tras pájaros, conejos, truchas, zorros o jabalíes. Una pelea casi intelectual: si el animal es listo y ve el lazo, puede escapar, no como en las cacerías organizadas donde los animales están encerrados y guiados hasta la escopeta del tirador.

Montxo aprovecha para dejar así testimonio no ya de la figura individual de Tasio, sino de toda una generación y de la fuerza telúrica. La colaboración con los habitantes, lo que se denomina “mirada compartida” en etnografía, fue decisiva. Medio centenar de habitantes de la Sierra de Urbasa participaron como extras, y muchos más colaboraron buscando localizaciones, proveyendo atrezo de sus propias casas o tratando con animales. Las costumbres navarras están también muy presentes durante toda la cinta, desde juegos tradicionales como “el aro”, hasta las jotas y otros bailes, pasando por un sinfín de léxico que solo entenderán los de tengan pueblo. De hecho, los actores tuvieron seis meses para estudiar el guion antes del rodaje, atemperarse al entorno rural y practicar el acento local. Un arduo trabajo, que desemboca en una de las películas más sinceras y significativas del cine español.
Mengo
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