Después de su éxito en el Festival de Cannes y de su precioso título esperaba encontrarme con una pequeña maravilla asiática, de esas que te deslumbran la vista y te remueven el corazón, pero no ha sido así.
El bosque del luto quiere hablar de como la pérdida de un ser querido provoca un dolor que ni siquiera el tiempo es capaz de mitigar. Para ello la película pone en contacto a dos personajes que sufren por ese motivo. Un anciano que perdió a su mujer treinta años atrás, y a una de las cuidadoras de la residencia en la que vive, que también ha sufrido con la pérdida de un hijo de la que se siente culpable. Su relación, aunque muy distante al principio, se va haciendo cada vez más cercana, hasta que juntos viven una experiencia liberadora en el bosque que da título a la película. Un lugar donde uno se enfrenta a su dolor y consigue superar la tragedia.
Esto que así contado suena más o menos interesante y poético en manos de la directora Naomi Kawase no funciona como debiera. La primera parte de la película, en la que vemos la difícil relación entre los dos protagonistas resulta bastante distante por la escasa simpatía que despiertan los dos personajes. Pese a ello hay momentos en los que se aprecia algo de esa poética plasticidad del cine asiático.
La segunda parte, cuando los protagonistas se adentran en el bosque del luto, resulta muy atractiva en la sensibilidad de sus imágenes y en la forma en que los personajes conviven con la naturaleza, pero, en cambio, es muy difícil entender lo que todo eso significa para ellos. Quizás esa especie de liberación que supone para ellos la experiencia que han vivido forme parte de la cultura japonesa, pero a mí me descoloca totalmente.