Desde su paso por el Festival de Cine de Cannes, Gomorra viene causando sensación allí donde se estrena, con toda la crítica rendida a sus pies. Y es que Gomorra es una película que impacta.
Basada en el excelente libro de Roberto Saviano del mismo título, Gomorra es un retrato crudo y real como pocos de los métodos que utiliza la mafia napolitana, más conocida como Camorra. Y aunque hable de la mafia, nada tiene que ver con las películas de mafiosos que conocemos. Aquí no hay clase, ni elegancia, ni honor, ni lealtad, ni estilizada violencia ni nada de lo que caracteriza a las películas sobre la mafia. En Gomorra todo es miserable, sucio y ruin. Y lo es porque la Camorra de Nápoles es así. Gente vulgar, cutre e inculta que delinquen despiadadamente con tal de conseguir dinero.
A partir de cinco historias independientes (solo con algún mínimo punto de unión), Gomorra es un fiel y descorazonador reflejo de los actos de esta gente. Todo sucede en un grupo de viviendas del extrarradio de Nápoles. Un lugar donde todo el mundo está , de una forma u otra, relacionado con la delincuencia. Unos porque matan, trafican o roban. Otros porque agachan la cabeza. Y otros porque mueren. Y en ninguno de los casos sientes compasión por ellos. La visión de Mateo Garrone es tan cruda, tan seca, y tan fría que te resulta imposible sentir nada más allá de un indiferente desprecio por sus personajes.
El director utiliza un tono casi documental para ir enlazando las historias de forma eficaz aunque un tanto torpe en algún momento. Y puesto que se entra de lleno en la película, sin mayores presentaciones, a veces es difícil entender el porque del comportamiento de los diferentes clanes, enfrentados entre si, que componen la Camorra.
Cuando al final aparecen los títulos de crédito la sensación es de cierta frialdad. Hemos visto una película incómoda, áspera y sobre todo necesaria, pero también desapasionada y por ello distante.