Nunca es tarde para para acercarse a la carrera de uno de los directores italianos más prolíficos de los últimos cuarenta años. Desde mediados de los años sesenta viene dirigiendo películas con una regularidad encomiable, y entre sus películas hay de todo y en general bueno según las votaciones de esta misma página. Mi primera referencia sobre el director fueron algunas furibundas críticas que recibió por parte de algunos cronistas españoles cuando en 1990 presentó su película La condena en algún festival europeo. Yo creo que eso me marco a la hora de no mostrar demasiado interés por su cine, pese a sus numerosas presencias en Cannes o Venecia durante estos últimos veinte años. Así que se puede decir que Vincere, su penúltima película, es mi primer contacto con Marco Bellochio.
Vincere cuenta la historia de una pasión amorosa irrefrenable, la que sinente una mujer, Ida Dalser, hacia Benito Mussolini. En los años previos a la Primera Guerra Mundial, en una Italia convulsa y revolucionaria, un joven Mussolini conoce, en el fragor de la lucha política, a la apasionada Ida Dalser. Entre ellos surge un amor largo e intenso, de entrega absoluta, y que culmina con un matrimonio por la iglesia y el nacimiento de un hijo. Pero todo cambia cuando Mussolini encauza su vida política en otra dirección, que le termina llevando al poder. En ese momento forma otra familia dejando completamente olvidada y marginada a su antigua esposa, y a su hijo. Es a partir de ahí cuando Ida Dalser entra en una desesperada vorágine de acontecimientos para ser reconocida como el auténtico amor de El Duce. Todos sus esfuerzos chocaran de frente con los muros del poder, que le llevaran a ser internada en diversos centros psiquiátricos.
Marco Bellochio se deja llevar por el espíritu apasionado y desmedido de la protagonista y se acerca a esta historia como un auténtico huracán. La primera parte de Vincere, en la que el comienzo de romance entre los protagonistas coincide con cambios político decisivos en la historia europea, resulta un torbellino, con una puesta en escena abrumadora y teatral, que resulta tan excesiva como brillante. Este envoltorio de lujo podia haber ocultado por completo la fuerza de una historia de amor como esta, pero la virtud de Bellochio es que sabe equilibrar muy bien las dos cosas. Pese a ser la parte de la historia más viva y luminosa, Bellochio la contrasta con una puesta en escena donde predominan los colores oscuros y los planos más agresivos.
En la segunda parte de la película, la protagonista vive sus momentos más dramáticos, con algunos excesos en ese sentido que funcionan bastante bien en pantalla. Es curioso que en el aspecto visual la película, en cambio, se vuelve más radiante contrarrestando los posibles excesos de la narración.