Seguí el consejo de Motta, me cargué de alcohol para paladear las venturas y desventuras de este atómico trío, y pese a que no me cautivó tanto como Faces o Una Mujer Bajo La Influencia, pasé un buen rato.

Por encima de todo, subrayo el tono agridulce que imprime Cassavetes, y que entronca perfectamente con ese sufrimiento sordo que genera el mundo adulto y sus infiernos, y que plasman a la perfección unos inspiradísimos Gazzara, Falk y el propio Cassavetes.

La química entre ambos, la fluidez con la que se ríen del mundo mientras el mundo les clava la lanza en el costado es lo mejor de la función, sin duda. Hay secuencias muy divertidas, entre las que destaco una de las iniciales, en las que charlan sobre el drama que supone comprobar como, progresivamente, tus ídolos deportivos tienen menos edad que tú, y que es mi momento favorito de la película.

Qué diablos, ésa es una de las mejores secuencias que yo haya visto en el cine de este hombre, sin duda.

Por lo demás, hay tramos un poco aburridos, Cassavetes quizá estira demasiado el chicle y no explota todas las posibilidades que le ofrece este volcánico trío, pero el sabor de boca es agradable, la honestidad y la ausencia absoluta de concesiones a la comercialidad es elogiable, la personalidad de su autor es incontestable y la rumba del sabor amargo, por supuesto, sigue sonando.

Y en breve, y para rubricar la trilogía cassavetiana que Motta me estampó en un glorioso DVD, la noche se abrirá de piernas.

Sí.