Que hoy puede ser un gran día ya nos lo decía Serrat hace algunas décadas; y que derribáramos las vallas que nos separan de los vecinos, que los conociéramos e intentáramos ayudarlos, era el tema principal del discurso que Barbara Stanwyck le escribió a Gary Cooper, para que “Juan Nadie” lo leyera por la radio. Y aplicando esos dos conceptos, Claude Berri nos regala una de las más optimistas historias de amor que he visto en mucho tiempo.

Los protagonistas de esta película (soberbios los actores, por cierto, especialmente la magnífica Françoise Bertin) no tienen motivos especiales para ser felices: les acorralan la monotonía, la soledad y las relaciones superficiales. Pero tampoco para deprimirse; ninguna gran tragedia se ha cebado en ellos. Y, como el común de los mortales, siguen luchando contra el día a día, sin grandes esperanzas, pero sin cerrarle la puerta al futuro. Porque vida no hay más que una y hay que aprovecharla, encarando y superando los reveses que se nos presentan, levantándonos cada vez que caigamos. Porque la soledad es terrible, pero más terrible aún es rendirse, decidir que vale más el dolor continuo y solapado de la derrota que la posibilidad de conseguirlo, sin saber si el amigo o el amante que necesitamos vive justo en el piso de abajo.

Así, con la sencillez del cuento cotidiano, sin aspavientos, pero llena de vida y de ganas de vivir, “Juntos, nada más” es nada más y nada menos que una pequeña gran historia de amor, con las miserias y las alegrías justas, cercana, feliz y optimista. Porque hay que mirar siempre el lado positivo de la vida, que cantaban los Monty Phyton.