Quentin Tarantino tiene una filmografía corta pero excelsa, en la que muchas de sus películas reciben la consideración de obras maestras. Para mí “Malditos Bastardos” es una de ellas. Una vez más el autor demuestra que su cine es único, distinto al de todos los otros grandes creadores. Se repiten aquí algunas constantes de su carrera: la violencia descarnada y estilizada, la alteración de hechos históricos sobradamente conocidos por el espectador, entroncando así la trama con una fábula (como en “Erase una vez en Hollywood”, donde hasta el título remite a los cuentos), una colección de personajes fascinantes, aunque sea en su locura, unos diálogos soberbios…

Montada a base de escenas separadas, en marcos espaciales y temporales distintos, y con la habitual valentía en la sala de montaje, la película se beneficia también de las excelentes interpretaciones de Christoph Waltz (ganó el primero de sus dos Oscars con Tarantino, repitió con Django Desencadenado) pero también de Brad Pitt y de las bellísimas Diane Kruger y Mélanie Laurent. Un peliculón, que entusiasmó a la mayoría de sus espectadores a pesar de sus escenas de extrema violencia, o quizá precisamente por ellas.