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Tajikistan Tajikistan · Demonlandia
Voto de Neathara:
6
Drama Texas, principios del siglo XX. Una historia sobre la familia, la avaricia y la religión. Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis) se traslada a una miserable ciudad con el propósito de hacer fortuna, pero, a medida que se va enriqueciendo, sus principios y valores desaparecen y acaba dominado por la ambición. Tras encontrar un rico yacimiento de petróleo en 1902, se convierte en un acaudalado magnate. Cuando, años después, intenta ... [+]
24 de marzo de 2008
17 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Parece ser que toca una de estas películas cada cierto tiempo. Suelen ser todas muy reconocibles desde los primeros fotogramas: actor carismático y desmedido como epicentro de la acción, historia de inmensas aspiraciones y no tan inmensos logros, ritmo cadencioso, elegancia visual, estudiado clasicismo y calculadas dosis de emoción/contemplación. A veces son buenas películas, otras veces son más mediocres, pero todas nos acaban sonando y a todas les caen unas cuantas nominaciones a los Oscar.
"Pozos de ambición" es una más que añadir a la larga serie y no le falta nada de los tópicos anteriormente mencionados. El director, que es un señor de gran habilidad y talento, nos presenta la historia con el mayor empaque posible, pero nada nos quita la sensación de haber visto esta clase de película otras veces. En esta ocasión lo que se nos narra es el génesis de la odisea petrolífica de Texas y de la clase de hombres que la hicieron posible, hombres que suponemos rudos, descreídos y sin escrúpulos como el personaje que encarna, en uno de sus registros más histéricos, Daniel Day-Lewis. Como es de imaginar, tal personaje tendrá un archienemigo en forma de fanático predicador, sin cuyo contrapunto la historia sería aburridísima (lo es igualmente) y los dimes y diretes entre ambos personajes vertebran el cuerpo de la trama principal al más puro estilo Jeffrey Archer ("Hombre rico, hombre pobre").
Los aspectos técnicos, como es de esperar en el cine con pretensiones de clásico, son irreprochables -exceptuando quizás el desaprovechamiento absurdo de un hermoso, pero nada épico score- y es de alabar el poderío visual que el director sabe imprimirle a esas torres petrolíficas erigidas como gigantes mitológicos en mitad de la nada. Pero la película no consigue levantar del todo el vuelo y deambula por vericuetos de lo más previsibles, ofreciendo una segunda parte realmente tediosa, cuyo aparatoso final no contribuye a dejar un buen sabor de boca.
Neathara
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