Ya es noticia ver una película de terror francesa de los últimos tiempos sin los excesos a los que nos tienen acostumbrados desde que se inició la moda Martyrs. Y que además esté bien y no goce de momentos para la posteridad del ridículo. Yann Gozlan factura un entretenimiento sólido y honesto que sin ser nada del otro jueves, da exactamente lo que se espera de él.

La odisea de una especie de médicos sin fronteras secuestrados por un grupo de gentuza con propósitos oscuros (y que serán desvelados en su momento) deviene en una mezcla de drama de prisión en primera persona -el director nos posiciona en todo momento desde el lado de los protagonistas, lo que ven ellos es lo que vemos nosotros- con un survival en toda regla. El decente casting, en particular Zoé Félix, contribuye a crear la sensación de empatía necesaria para acompañar con el corazón en la boca la odisea de los protagonistas, que no es poca cosa.

Un producto artesano en el que no falta ni sobra nada y que procura un excelente rato de suspense.