Alfie vive de puta madre. Alfie es guapo, tiene éxito entre las mujeres y hace lo que quiere. Alfie es una mariposa superficial que se posa de flor en flor con la alegre inconsciencia de los cobardes o los niños. Alfie no está capacitado para los grandes sentimientos. En todas las ciudades hay muchas personas como Alfie. La pregunta que plantea esta moralista revisión del cuento es ¿se pagan peajes por ser así?. Según los guionistas, sí. Alfie es un encanto de chico, como ya hemos dicho. Pero Alfie también es un egoísta. No quiere nada pero se deja querer. Alfie no sólo conquista para obtener sexo; Alfie parasita en el amor ajeno. Alfie es una de esas personas que pasan por el mundo a su aire, deteniéndose tan solo para extraer lo que necesitan de la persona que les parece apta y yéndose sin dejar gran cosa a cambio.

Seguramente los Alfies de este mundo pasen por la vida y les vaya muy bien mientras dañan irreparablemente a las personas que se atreven a quererlos: pero en la película deciden que Alfie merece ser absurdamente castigado por unos escrúpulos que dado el perfil de Alfie, parecen de lo más forzados. Y todo se desarrolla de una manera tan obvia y tan cutre que tanto Alfie como el espectador deberían sentirse insultados. La vida no es un cuento Disney, ni Alfie es un villano. La complejidad de las consecuencias que desencadena con su comportamiento debería desplegarse para mostrar todas las variables al espectador. Yo no me creo a un Alfie escarmentado.

El estilo pop-art le da un nuevo aire a las correrías de un personaje de múltiples aristas que sin duda merecía una película, pero no una película como ésta.