Aquí tenemos ni más ni menos que la película inaugural de un género que empieza con una avioneta disparando a un tipo que huye por unos maizales y acaba con un Tom Cruise en motocicleta y a toda mecha por los San Fermines en Sevilla.

Fantasía de acción, pues y como muchas de sus descendientes, una básica acumulación de situaciones tan entretenidas como surrealistas a la búsqueda del puro y duro espectáculo, aliñando la fórmula con unas gotitas de humor, un poco de romance y una estrella de discutible talento pero indiscutible carisma. Ayer fue Cary Grant como sería más tarde Arnold Schwarzenegger en 'Mentiras Arriesgadas' o Clive Owen en 'Shoot'em up' o Tom Cruise en 'Noche y Día'. Y sale siempre un personaje aparentemente normal que termina envuelto en una serie de catastróficas y divertidas desdichas aventureras y que encarna más o menos el punto de vista del público.

Pero pocos géneros envejecen con tanta rapidez y "Con la muerte en los talones" es un espectáculo pasadísimo de moda en que chirrían las interpretaciones, los chascarrillos, el pacato romance y las ya modestísimas escenas de acción. El espectáculo pide más armas, más explosiones, más diversión y más picardía, que son la razón de ser de un género tan genuinamente vacuo como éste. ¿Quién juega con cochecitos vintage cuando puede echar un Scalextric? "Con la muerte en los talones" son palomitas, pero palomitas rancias.