Es evidente que esta obra ha sido trasladada desde un escenario de teatro al cine sin apenas variación y esto otorga una rigidez que a la postre resulta el único gran defecto de toda la película.

Me molestó un poco lo irritante y antinatural que resulta a veces el excesivo fluir de diálogos rimbombantes, sobre todo los que corren a cargo del personaje de Hepburn, que parece moralmente obligado a soltar una frase para la posteridad cada cinco minutos. Más trabajo de cámara y menos cháchara, quizás.

De las interpretaciones me quedo de calle con Elizabeth Taylor, que siendo menos hábil con la voz que Hepburn, resulta a la postre mucho más cinematográfica que ésta, cuya labor podría calificarse de excelente si hubiera estado declamando en un teatro.

El final es una monstruosidad, lo mejor sin duda.