Ayer vi esta película por segunda vez y comprobé cuán distintas te pueden llegar a parecer ciertas historias en función del estado de ánimo en que te encuentres.

La primera vez, le puse un tres. Me pareció lenta, aburrida, corta de carisma, con actores anodinos que hablaban demasiado y final decepcionante. Pero ayer estaba mariposeando con el mando de la televisión y quiso la casualidad que la única jodida cosa que echaban en un idioma que yo entendiese, era esta película. Pues nada, a verla.

Sigue siendo aburrida. Los protagonistas tienen una importante diarrea verbal. Y es verdad que los austriacos son más simpáticos que los alemanes, pero es que en esta película se pasan de majos. Parecen puestos allí ex-profeso para servir de encantador telón de fondo a los arrullos de los guapos niñatos. Vamos, que tienen la personalidad justa para darle el punto turístico-bohemio-encantador sin molestar.

Además, juega Linklater con una ventaja de base, que es formular un tipo de historia que no dejará indiferente a ningún Erasmus/interrailero, que haya viajado y se haya encoñado con algún guapete extranjero en una bonita ciudad europea. Y eso es un recurso demasiado fácil, porque convierte el universalismo en tópico: vamos a ver ¿quién no se ha encontrado perdido y solo en un lugar desconocido y ha levantado la vista buscando el norte en los ojos de otra criatura errante, tan desorientada como nosotros? ¿Quién no ha sentido ese especial hermanamiento espiritual que provoca compartir guía del Lonely Planet? ¿O quién no se ha regocijado íntimamente al tener otra persona con la que reírse de lo raros que suenan los idiomas que uno no entiende?

Los protagonistas son unos pesados y en vez de dedicarse a follar, como sería lo lógico en sus circunstancias y a su edad, conversan sobre lo divino, lo humano y lo marrano. Tanta charleta moscardona cumple la función de los proverbiales árboles que tapan el bosque e impide por momentos centrarte en el verdadero impulso de la historia, que más o menos va sobre ese tipo de amor del que nos gusta pensar, con romántico fatalismo, que es la vida quien se lo carga, pero que en realidad nos cargamos nosotros, por gilipollas.

Total, que sigue sin convencerme mucho la película.

A pesar de todo, tuve que subirle la maldita nota. Porque me puso los pelos de punta reconocer esa sensación de no querer que amanezca nunca...