Hay cineastas que con muy poca cosa ya son capaces de mostrar su innegable y extraordinario talento, algo totalmente plausible en la cinta que nos ocupa, que supuso el debut de Woody Allen en la silla del director y también prácticamente en el mundo de la actuación.

Como en las mejores cintas de Allen, la trama arranca de forma increíble, con un ritmo y unas dosis de humor brillantes consiguiendo además que el nivel de calidad no descienda en ningún momento durante el transcurso del film.

La trama ya parte de una premisa sencilla y muy original, típica del maestro cómico, presentándonos a un pobre ladrón de poca monta que ni siquiera sabe desempeñar su labor. Allen ya elabora su personaje de inadaptado que ejercerá siempre en su carrera actoral, dejando ya muy patente su inocencia y su simpatía, junto con su torpeza y humanidad. Mostrando ya des del principio sus claras influencias hacia el personaje de Charlot, creado por Charles Chaplin. Y no únicamente a su personaje, pues la película nos depara, al igual que muchas otras cintas del cineasta, momentos y situaciones que recuerdan y homenajean momentos creados por el increíble cómico del cine mudo.

Con los años, Allen mejoraría su técnica como realizador, pero en su primer trabajo ya apunta maneras y nos deja apreciar el ingenio y la frescura de su humor, que solo se me ocurre clasificarlo como “único”. El humor que derrocha toda la trama y la simpatía y estupidez de sus personajes, sin llegar a ser histriónicos o insoportables, nos depararán diálogos y situaciones las cuales nos será imposible no arrancar una mínima carcajada o sonrisa.

En la primera obra de Allen, el cineasta ya supo demostrar el porque es una de las figuras más importantes de la comedia en el mundo del cine denotando ya su incomparable genio, y lo que nos depararía en el futuro.