La violencia de género en la pareja es un tema del que toda la humanidad ya es consciente, aunque eso no signifique que esté cerca de erradicarse. Por eso son necesarios estos pequeños pasitos más allá. La valentía de Attiya para reencararse con su maltratador, de preguntarle con cierta amabilidad y explicarle con delicadeza y sin acritud la vivencia del infierno que le hizo pasar tiempo atrás es solo equiparable a la valentía del propio maltratador, que se reconoce un monstruo, identifica el daño realizado y supura por cada temblor de su labio y por cada lágrima culpa y arrepentimiento.

Sin embargo se entreabre una puerta que el documental no cruza y que habría sido jodidamente enriquecedor abrir, y es precisamente la forja del maltratador, el génesis, los acontecimientos que hicieron de él un ser sin escrúpulos con una inseguridad apabullante y una falta de mecanismos de comunicación tan grande que lo único que encontró a mano para expresar su miedo fue la puta violencia. Ese es el siguiente pasito para estar más cerca de la erradicación, ahondar más en esa figura, en los cimientos de la ira y el temor.