Desde el principio, con esa música, esos rostros, te mete en el ambiente. También desde el comienzo nos damos cuenta que los actores flojean, eso es lo peor de todo. Si nos olvidamos de esto, y nos dejamos llevar por la música (Chano Domínguez, Bill Frisell, Bill Callahan), maravillosa, llegamos hasta la sierra de Madrid, segunda parte. Ahí, parece que estamos en una peli de Rohmer: los diálogos, la discusión del libro de Sloterdijk (el mejor filósofo vivo, no lo olvidemos), la comida, los árboles. Por todas esas referencias (también Olvido García Valdés, gran poeta), por la presencia de Itsaso Arana, se perdonan los detalles de falta de naturalidad (excepto en la partida de ping-pong, lo más auténtico). Hasta la coda es hermosa.