Una fascinante puesta en escena que nos muestra Fincher, Estructura narrativa asombrosa que se va desarrollando entre los días que faltan para jubilar al detective Somerset (Morgan Freeman) y una serie de asesinatos inspirados en los pecados capitales, consiguen mantener el suspenso durante toda la proyección.

Con sucesos de cine negro, un asesino que obra con un amplio caudal de conocimientos (primicia), una locación de lujo que está sometida al encanto del director, como ciudad condenada, castigada y sin salvación, un reparto que nos enseña a un Brad Pitt (David Mills) en un papel irónico, tratando con afán de demostrarle a su reemplazo que es un detective cualificado e impredecible, discrepando con un compañero forjado con una sapiencia única e integra en su trabajo, resultado de una experiencia invaluable, creando un magistral contraste.

A medida que se van recolectando pistas, nos vamos creando falsas especulaciones sobre el asesino, sin despertar la mínima curiosidad por su identidad, pero tal asombro cuando este aparece, deslumbrándonos, llevándose todo el protagonismo del film y un desenlace magistral dejándonos atónitos, experimentando una tendencia hacia el morbo del psicópata.