Y/o también la película con más bandejas de comida por palmo, digo plano, de metraje. Pero, poniéndome seria, es una historia delicada que no merece estas chanzas porque se nos muestra en ella la influencia de las castas y su tradición arcaica aunque sea un dilema que también nos roza en parte si hablamos de diferencias. En este caso concreto Ratna es una muchacha que quiere cumplir su sueño de aprender a diseñar como eslabón importante para mejorar su condición de sirvienta en una casa adinerada donde atiende al hijo principal. Éste es un príncipe, la verdad, pero del siglo XXI y que está por la labor de creer en la bravura de su abnegada doncella -¿puedo llamarla así?- a pesar de los pesares que les limitan a ambos, cada uno en su esfera. Hay mucho respeto entre ellos y la forma de narrar su relación a diario pero la guinda del relato es la palabra final que cierra este bello film -algo lento, eso también, pero nunca aburrido- que pone un broche de oro, o mejor punto y aparte a silencios y a miradas que la directora filma con algo llamado precisión.