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Voto de Rick el acomodador:
10
Drama Durante la Segunda Guerra Mundial, un grupo de prisioneros ingleses se encuentra encarcelado en un campo militar del norte de África. Allí sufren la ira de un sádico sargento. (FILMAFFINITY)
2 de abril de 2010
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es una crítica común a dos películas que serán siempre un 10 en mis valoraciones, y sobre las que ya se ha dicho casi todo. Por eso que me referiré solo a su "tempo". A un "tempo" común del que gozan las dos y por el que siempre me han parecido obras maestras unidas en una estructura formal enorme y majestuosa. Épica y genial.

Ambas obras se aceleran poco a poco, al ritmo insostenible de un metrónomo trucado por Penn y Lumet, como un "Bolero de Ravel" obsesivo, doliente, rabioso y claustrofóbico. Según corren los minutos, el montaje logra acelerar tu nervioso corazón de espectador. Te vas sintiendo cada vez más indignado por las situaciones y los diálogos. Te vas sintiendo inquieto, ansioso, impotente... Todo en un "in crescendo" tan deliberado como incómodo. Más carcelario que envolvente. Ambas muestran una raza de hombres idiotas, hipócritas, enfermos... entre los que la cordura, la integridad y el honor sólo la encarnan unos pocos... Muy pocos. Y estos son cercados y perseguidos por la mayoría, porque son los realmente peligrosos para la sociedad herida de muerte que los necesita y los teme a la vez. El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. No es nuevo, pero Penn y Lumet te lo marcan a fuego en la piel. Y eso duele. Duele una barbaridad. No creo posible ver las dos películas seguidas de un tirón. El improbable programa doble debería avisar de la posibilidad real de ser perjudicial para la salud de toda persona de bien. De todo ser sensible y bien nacido.

"Acabo de encerrar a un hombre que no ha hecho nada, solo para que no lo linchen. No me gusta este trabajo. No quiero que mis hijos crezcan en una sociedad como esta." Grandes guiones, grandes diálogos. Grandes y sencillísimas producciones, sin un ápice de efectismos. Grandísimas interpretaciones y unos pulsos en la dirección dignos de los mejores cirujanos del celuloide.

Atribuyen a Einstein aquello de que solo hay dos aspectos que definen lo infinito: el universo y la estupidez humana. Ambas películas son el corolario perfecto.

Y cuando ya no puedes más. Cuando la rabia y la impotencia te han llenado los ojos de lágrimas, más ácidas que amargas... Entonces, ambas películas acaban de golpe. Sin un respiro redentor. Sin una concesión a la esperanza. Con la contundencia salvaje de que somos lo que somos y esta sociedad la hemos montado nosotros solitos. Que nadie escurra el bulto. Que si el conjunto es así, cada uno de sus miembros haríamos bien en hacérnoslo mirar.
Rick el acomodador
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