La película podría enmarcarse como respuesta a la crítica fariseica sobre la hija pecadora. El padre misericordioso, aquí acaba contagiando al entorno, y solo la madre acaba siendo el contrapunto, cual escriba bíblico, sin pizca de autocrítica. La historia aparente pues, gira entorno al perdón, el pecado, el arrepentimiento, y al amor redentor. Como en la parábola, el padre, al ver que su hija regresa, sale a buscarla corriendo y antes de que diga palabra alguna la acoge preocupado. La primogénita se muestra dura y reprocha al padre y a su hermana lo que hacen o dejaron de hacer, en una coctelera "dogmática" a los hombros de un Demme desconocido, tal vez converso con "el dogma", que parece querer representar por igual a la humanidad pecadora como a la que pasa por inocente porque sus pecados no se han hecho públicos. La boda de Rachel diríase que se celebra en el Jardín de Edén, donde los pecados no son castigos divinos sino resultado de las malas acciones. Demme permite la conversión in situ, permite que la pródiga se arrepienta racionalmente y no solo sentimentalmente. El perdón incondicional del padre es aquí un ejemplo para la hermana y se produce la verdadera conversión entre familia y amigos, en el pleno de las bodas de Canaan, donde proliferan más los músicos que los panes y los peces...

En fin, tras temblores, penitencias, culpas, accidentes y ojos morados, se produce el sí quiero de Rachel, y casi todos felices comiendo perdices.

Ann Hathaway esta maravillosa, y la acompañan con similar calidad Debra Winger, Rosemarie Dewitt, y Bill Irwin. Es lo mejor de la parábola.