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Voto de Melón tajá en mano:
3
Drama Jo Canavaro, una estrella del rugby, nieto e hijo de dos ídolos del mismo deporte, vive con su hijo Tom, de trece años, en un pueblo francés. Para su disgusto, Tom es muy malo jugando al rugby, pero eso para un Canavaro es algo inaceptable: la leyenda debe continuar. (FILMAFFINITY)
16 de marzo de 2012
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocas veces (o ninguna) se da el caso de un deportista que, una vez retirado, decide implicarse directamente en asuntos cinematográficos. Philippe Guillard, jugador de rugby en el Racing Club de Francia durante nueve temporadas en las décadas de los ochenta y los noventa, se lanza ahora a otro deporte también respetado en su país: la dirección de cine.

'LE FILS À JO' (traducida a boleo como 'MI HIJO Y YO') es una comedia de pequeñas dimensiones y pretensiones sobre la figura ficticia de Jo Cannavaro, un exjugador de rugby que vive en continuo combate para asegurar el futuro de su hijo como jugador. Si Philippe Guillard quería estrenarse en el cine con una temática tenía que ser con esta, por honestidad y sobre todo limitación propia.

La película de Guillard es demasiado simplona pero está bien contada. Como comedia es de lo más socarrona y sus aspiraciones tragicómicas no nos llevan a ningún lugar desconocido. 'Le fils à Jo' tendría muchas virtudes como relato corto, pero no logra sostenerse como largometraje. Su aspecto amable no puede esconder sus excesivas fragilidades narrativas.

Y aunque tiene buenísimas intenciones y va de menos a más, deja que el drama le gane demasiado terreno a la comedia. Teniendo en cuenta que ninguno de los tonos llega a funcionar por completo, el resultado global de la cinta deja bastante que desear. Sus ligeros guiños costumbristas quedan anulados por el ramalazo de machito que desprenden algunas escenas y personajes.

Gérard Lanvin, actor principal que da vida al señor Canavaro, parece no moverse con demasiada soltura en un papel cómico que viene con demasiados defectos de fábrica. Para durar solo noventa minutos, el partido se hace bastante cuesta arriba y el espectador pide la hora más de una y de dos veces.
Melón tajá en mano
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