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Voto de Melón tajá en mano:
3
Thriller. Drama Adaptación de una novela de Don Winslow. Dos amigos de Laguna Beach, que comparten novia, se dedican al tráfico de drogas. Un cártel mexicano secuestra a la chica y les exige como rescate todo el dinero que han ganado durante los últimos cinco años. Aunque los jóvenes se muestran dispuestos a pagar, al mismo tiempo, idean un plan para rescatar a la chica y vengarse de sus secuestradores. (FILMAFFINITY)
21 de septiembre de 2012
25 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué poquito queda de aquel Oliver Stone que engatusara al público de los ochenta y noventa con películas sobre Vietnam, la bolsa, conspiraciones presidenciales y asesinos sin escrúpulos. Stone, que ya tiene edad de jubilarse, ha envejecido peor que aquellas películas.

Las que vinieron después son harina de otro costal. El ‘efecto 2000’ se cebó con él y se puso a hablar sobre Castro, Chávez, el 11-S, Bush y Alejandro Magno. Hasta hizo una secuela. Tremendo bache.

El neoyorquino intenta regresar a sus orígenes más alocados y espontáneos con "Savages (Salvajes)", un filme donde se entremezclan tráfico de marihuana, secuestros, sexo y venganza contando con un amplio reparto de diferentes edades pero similares despropósitos.

Los actores jóvenes son tan bellos como intrascendentes ante la cámara: Taylor Kitsch, Aaron Johnson y Blake Lively no nos hacen sentir un carajo lo que le pasa a sus personajes. Por otro lado los actores veteranos son una caricatura de sí mismos: Benicio del Toro y John Travolta se autoparodian y dan más lástima que risa. Juntos consiguen lo imposible: hacer buena a Salma Hayek.

La voz en off se convierte aquí en un recurso insoportable gracias a la desgana con que la protagonista narra un relato insípido y nada original. Aunque a ratos la cinta transpira crueldad se muestra incapaz de disimular el vacío sobre el que está construida. Sus breves referencias a la actualidad suenan ridículas y forzadas. Humor bajo cero en pleno desierto.

"Savages" es un estallido de superficialidad porno y santurrona. Su escaso magnetismo resulta inapreciable entre tanta frivolidad. Stone trata por todos los medios de vendernos como excitante y cautivadora una cinta que no pasa de ser simpática en algunos tramos y cansina en su conjunto.

El nombre de Oliver Stone lleva grandes virtudes de fábrica: su realización, montaje y fotografía continúan a la altura de su evidente peso histórico. Juega al límite con su guiño a ‘Butch Cassidy and The Sundance Kid’ y queda como un mentiroso después de un último redoble de campanas que ni fu ni fa. Lo prescindible vuelve a tomar forma.
Melón tajá en mano
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