Narcos

“Paren el mundo que me bajo”, la ingeniosa y sarcástica frase que Quino puso en boca de su personaje Mafalda, es lo primero que se me viene a la cabeza cuando veo “Narcos”, una serie estadounidense inspirada y rigurosamente apegada a los hechos del que fuera uno de los mayores asesinos en el último tercio del siglo pasado.
Violento, imbuido de un espíritu mesiánico a la vez que poseído por una crueldad sin límites, inteligente y astuto como un viejo zorro, Pablo Escobar fundó el Cartel de Medellín, ciudad que convirtió en un bastión protegido por un ejército de fieles sicarios armados hasta los dientes.
En su alocada deriva eliminó a todo aquel que se oponía a sus propósitos tratando de preservar su poder e inmunidad por encima de toda autoridad y a cualquier precio. He aquí algunos datos que retratan a este siniestro personaje: declaró la guerra al Gobierno, organizó múltiples secuestros, asesinó a jueces y funcionarios públicos entre los que figuraron el Ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla, el dirigente liberal Luis Carlos Galán, Guillermo Cano y el director del diarío “El Espectador”; perpetró indiscriminadamente numerosos atentados terrorista con coches bomba en varías ciudades del país en los que perdieron la vida centenares de inocentes ciudadanos, entre ellos mujeres y niños; en el transcurso de cuatros años (1989-1993), su organización asesinó a 657 policías y sembró el terror y la muerte por toda Colombia, convirtiéndola en un gran cementerio.
A través de innumerables centros de producción de cocaína convenientemente camuflados entre la espesura de la selva colombiana, Escobar monopolizó prácticamente el negocio de la droga, controlando el 80% del total de la producción mundial. Ello le convirtió en uno de los hombres más ricos del mundo, llegando a acumular 30 mil millones de dólares en efectivo por lo que durante siete años consecutivos la revista Forbes lo incluyó entre sus más selectos participantes.
Pero el destino había señalado una fecha en su calendario: 2 de diciembre de 1993. Ese día, el narcotraficante Pablo Escobar, solo, acorralado y abandonado por toda su gente, se convirtió en leyenda después de ser abatido y cosido a balazos en un tejado de la ciudad de Medellín, cuando trataba de huir por enésima vez de la policía, el ejército colombiano y de los agentes estadounidenses de la DEA (Administración para el Control de Drogas), cuya colaboración fue determinante para su captura. En ese momento el hombre más buscado del Planeta tenía 44 años.
Consumó así el famoso adagio que su propia gente acuñó un día: "Preferimos una tumba en Colombia a una celda en Estados Unidos", confirmando que la espada de Damocles de la extradición suponía su mayor pesadilla.
Y si desean saber por qué este tipo de abominables sujetos logran proliferar, en determinados países, hasta alcanzar cotas inimaginables de poder, vean esta serie. Entenderán que la molicie, injusticia, desigualdad y la corrupción endémica permanente enquistada en la clase política y en la casi totalidad de la áreas de la Administración suponen algunos de los factores que lo facilitan.

Emilio Castelló Barreneche