Yo, Tonya

La película que acaba de estrenar el director norteamericano Craig Gillespie es una realización absolutamente redonda y sin una sola arista. No sólo por lo que cuenta, que también, sino, por cómo lo cuenta, renglón que supone una de las virtudes más destacadas de este espléndido drama basado en hechos reales.
"Yo, Tonya" narra la turbadora e infeliz peripecia que sufrió en su juventud una de las patinadoras sobre hielo con más potencial y talento en la historia de EE.UU. Tonya Harding, nacida en Portland, Oregón, -que en la actualidad suma 48 primaveras y lleva, aparentemente, una vida normal y tranquila en la intimidad de un matrimonio estable con su hijo de siete años-, fue la patinadora que logró por primera vez un triple salto en el transcurso de un campeonato. A los 23 años, se vio envuelta en un lamentable escándalo de agresión a una compañera de competición por lo que fue juzgada y condenada a su exclusión de por vida en cualquier competición oficial y multada con el pago de fuertes sumas de dinero. Y ahí lo dejo, para no revelar a mis improbables lectores todo aquello que habrán de descubrir por sí mismos cuando vean la película.
La actuación que nos regala la guapísima y reconocida joven actriz australiana Margot Robbie dando vida a la polémica deportista estadounidense es, de todo punto, formidable y supone, posiblemente, uno de esos trabajos que hacen que haya merecido la pena toda una carrera profesional.
Por otro lado, Allison Janney -actriz que cobró gran notoriedad por su excelente intervención en la serie "El lado oeste de la Casa Blanca"-, actúa como la madre de Tonya e interpreta su personaje con tal veracidad y convicción que produce escalofríos. Un ser malvado y retorcido, al borde mismo de la psicopatía, tan obsesivo e inestable que resulta repulsivo a los ojos del espectador.
Y, en otro orden de cosas, Gillespie, con gran sentido de la oportunidad, utiliza, en algunos momentos, un ingenioso artificio al reducir a la mitad el tamaño del encuadre donde los mismos actores de la trama aportan sus testimimonios ficticiamente interrogados por un entrevistador fuera de cámara y aporta a la cinta un interesante y efectivo toque documentalista.
Tampoco quiero obviar que, para todos aquellos que, como yo, no estamos muy familiarizados con el patinaje artístico sobre hielo, la historia supone una extraordinaria oportunidad didáctida para descubrir muchas de las interioridades y secretos que esconde tras bambalinas este elegante y estéticamente hemoso deporte.
Y en cuanto a la música, escucharán a lo largo del metraje más de una treintena de grandes éxitos que acompañan cronológicamente a los hechos con lo que el espectador podrá disfutar, además, de un estimulante ejercicio de asociación al transitar por el panorama musical en un recorrido de algo más de veinte años.
Y nada más, mis queridos amigos, únicamente decirles que me ha sabido a gloria bendita esta entretenida, emocionante e inteligente película a la que auguro una gran asistencia de público y una excelente cosecha de premios cinematográficos.

Emilio Castelló Barreneche