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España España · Barcelona
Voto de Rómulo:
7
Bélico. Aventuras A finales del siglo XIX, en la colonia española de Filipinas, un destacamento español fue sitiado en el pueblo de Baler, en la isla filipina de Luzón, por insurrectos filipinos revolucionarios, durante 337 días. En diciembre de 1898, con la firma del Tratado de París entre España y Estados Unidos, se ponía fin formalmente a la guerra entre ambos países y España cedía la soberanía sobre Filipinas a Estados Unidos. Debido a esto, los ... [+]
21 de diciembre de 2016
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
1898. Los últimos de Filipinas

"Existen dos clases de militares, los que quieren medallas y los que quieren volver"

En 1945, año de mi nacimiento, se estrenó en España la única versión cinematográfica, hasta hoy, de "Los últimos de Filipinas". No sé exactamente cuando vi por primera vez aquella memorable película. Tal vez tendría 8, 10 o 12 años, imposible saberlo. Y recuerdo que más adelante volví a verla en un par de ocasiones. Pero desde entonces han pasado más de cinco décadas y mi memoria apenas si guarda el recuerdo de algunas escenas muy difusas en blanco y negro. No obstante, el poder de sus imágenes me atrajo como un poderoso imán y todavía revolotea imborrable la escena de aquella bella muchacha (la española Nani Fernández, ingenuamente presentada como nativa) cantando la almibarada habanera "Yo te diré" en un humilde jacalón ante los ojos ensimismados y cegados por el humo del tabaco de unos infelices que todavía no imaginaban su calvario. Con esos antecedentes dudé seriamente si acudir a la recién estrenada versión de Salvador Calvo, "1898. Los últimos de Filipinas". Para mi sorpresa se trata de una muy buena realización, dignísima y estupendamente contada. El numeroso elenco de actores que intervienen -todos ellos caras conocídisimas del cine español- no desmerecen ni flaquean a lo largo del metraje, ofreciéndonos un trabajo tan sólido como creíble a través de interpretaciones ricamente matizadas que fijan y singularizan con gran acierto las personalidades, en ocasiones complejas y claramente enfrentadas, de algunos de los personajes. Intrincados y bellísimos parajes tinerfeños servirán a Calvo como escenario natural para transportarnos a la isla filipina de Luzón en el poblado de Baler, lugar en el que se produjo el desdichado estéril sacrificio, episodio que ya forma parte sobresaliente de la historia tristemente anecdótica de nuestro pueblo. Una hermosísima fotografía ilumina la película y soberbias tomas cenitales de una gran calidad y belleza nos muestran sorprendentes vistas panorámicas de este paradisiaco lugar. Y para explicarse cómo un puñado de hombres obstinados hasta el delirio optó por tomar una de las decisiones más absurdas y arbitrarias, es necesario situarse en el momento de los hechos, conocerlos, tratar de relacionarlos y sopesarlos desde esa perspectiva pues, de otra manera, habrá espectadores a los que la epopeya y el sufrimiento estéril que soportaron estos hombres no les sea del todo comprensible y mucho menos consecuente. Cuando se encastillaron hasta sus últimas consecuencias tras los muros de una iglesia para defender el bastión de Baler, aún estaban convencidos de que el país al que defendían seguía siendo un gran imperio y su superioridad manifiesta aplastaría en un abrir y cerrar de ojos a cualquier enemigo que osara enfrentarlo. Ignoraban que de la noche a la mañana aquel imperio se había derrumbado estrépitosamente como una fortaleza de barro. Quedaron aislados y desconocían los hechos del gran desastre que se había precipitado en tan breve tiempo pensando que, tarde o temprano, sus tropas acudirían a rescatarlos. Durante 337 días mantuvieron una defensa numantina y no hubo forma humana de convencerles de que aquella ya no era su guerra, que las islas se habían irremisiblemente perdido y vendido a EE.UU. en un tratado humillante por la irrisoria suma de 20 millones de dólares. Ni emisarios nativos, ahora en lucha contra los gringos, ni los propios portavoces del ejercito español consiguieron su propósito. Creyeron que era mentira, una patraña del enemigo para hacerles abandonar sus posiciones defensivas. No hubo gloria, ni épica, ni heroísmo en aquella inútil gesta. Tan solo el comportamiento cerril e intransigente de los mandos de un destacamento militar al que habían hecho creer que su patria era portadora y salvaguarda de los más sagrados y preciados valores. Tan solo una equivocada, decimonónica y trasnochada forma de entender el honor. Ridículamente persuadidos de su superioridad militar y moral sobre los nativos de ultramar a los que hacía 400 años habían salvado de su postración llevándoles el evangelio y la cruz de Cristo. No percibieron, siempre ocurre, que el viento había cambiado de dirección y otras potencias emergentes iban a ocupar su lugar de privilegio. Aunque, con nueve nominaciones -ninguna de ellas a la mejor película- para los próximos Goya, no pase a la historia cinematográfica de este país como una cinta de referencia, no me importaría que una pequeña parte de ellas alcanzara la mitad tan siquiera de las virtudes que distinguen a esta meritoria, honesta y verosímil producción que es "1898. Los últimos de Filipinas". Y si no, pasen, vean y juzguen ustedes mismos. Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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