La libreria

No niego que Isabel Coixet -directora y guionista amén de traductora y demás títulos que la distinguen-, tiene y mantiene prestigio, reconocimiento, premios cinematográficos y galardones cívicos que la avalan, así como miles de entusiastas seguidores que la veneran.
Además, suma el mérito de conseguir productores, ya sean institucionales o privados, que arriesgan el dinero y depositan la confianza en sus audaces realizaciones. Por si esto fuera poco rueda con frecuencia en inglés, en escenarios y platós allende nuestras fronteras y con equipos extranjeros de notable prestigio. Y se las ingenia como nadie para que figurones como Sarah Polley, Juiette Binoche, Tim Robins, Julie Chistie, Geraldin Chaplin o Sergi López, por mencionar algunos, intervengan en sus proyectos.
Pero hasta ahora y a pesar de mis esfuerzos no he logrado captar la esencia de su mensaje, ni percibir la sustancia de aquello que se propone transmitirme y ni mucho menos, creerme lo que me cuenta. Excluyendo su acertadísima "Cosas que nunca te dije", el resto de sus trabajos me resultan planos, marcadamente impostados, en no pocas ocasiones cursis y relamidos. Como consecuencia, permanezco ajeno a su mundo pretendidamente muy lírico y poético y siempre abandono la sala con una sensación de indiferencia y fastidio.
A veces sucede que después de una largo periodo de sombras, se hace una luz que sacude y despierta tus esperanzas perdidas. Y eso es exactamente lo que me ha ocurrido con "La librería", la última película de esta empecinada barcelonesa que ya frisa los sesenta. Tan es así que sorprendentemente desconozco la batuta de su directora. El cambio de registro resulta espectacular. Esta es una sinfonía que suena elegante, delicada, fluye sin asomo de afectación, sensible y emotiva, sus personajes están perfectamente dibujados, la fotografía es espléndida y una música deliciosa, atinadamente seleccionada, supone una agradable compañía a lo largo del trayecto. Eso sí, a Coixet -con toda probabilidad esa era su intención- le ha salido una película muy británica y con un inconfundible aroma intimista de cine clásico.
La excelente actriz londinense Emily Mortimer desborda sinceridad en el papel principal que ejecuta sin estridencias, con delicadeza y buen gusto. Y siempre es un lujo impagable contar con Bill Nighy, dando vida a un recalcitrante misántropo e insaciable devorador de libros.
En fin, bienvenida esta renacida, inspiradísima y exquisita Isabel Coixet, para satisfacción de todos aquellos que amamos el cine. No me extrañaría que esta bellísima película, maravillosamente contada, arrasara en los próximos Goya e, incluso, mereciera la atención del jurado en algunos prestigiosos certámenes y festivales internacionales de primerísima fila. Que así sea.

Emilio Castelló Barreneche