De entrada se intuye un ejercicio de ensayo fílmico. Con personajes arquetípicos (y puede que en ocasiones estereotipados) como la puta, el chulo, el gánster, el malo con cara de ángel, etc. Sus escenarios vacíos, pero llenos de luz, pálidos, son una seña del distanciamiento brechtiano del que Rainer hace uso de forma consciente, el detalle de que no haya sangre cuando se dispara a alguien también nos distancia, para marcarnos un formalismo llevado al extremo. Ante este panorama de cuadros fijos asistimos a la búsqueda de la esencia del Mal. En un universo donde el que no mata muere observamos como los personajes se mueven impávidos ante sus destinos que aceptan y que no dudan llevar al extremo. Sin dolor, sin aflicción resurge una exaltación de la amistad ante un enemigo común de Franz y Bruno, que coinciden como víctimas de un poderoso Sindicato Criminal.
Ejercicio de búsqueda de estilo fílmico, que se inmiscuye en el mundo de la Nouvelle Vaque sin ningún tipo de miramiento, para observar si esto puede aportar a la estética y ética del discurso narrativo futuro del autor.