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Voto de Montana:
10
Documental El pueblo japonés de Yanagawa cautivó tanto a Hideo Miyazaki en su primera visita que decidió utilizarlo como trasfondo para una de sus historias. Sin embargo, encomendó a Isao Takahata dirigir el proyecto. El productor de Nausicaä quedó tan impresionado con el esfuerzo de los locales por proteger los canales que recorren el pueblo que reconvertiría todo el film en un documental sobre su peculiar historia. (FILMAFFINITY)
8 de junio de 2020
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Simplemente, impresionante. Creo que no exagero al sostener que esta es una de las mejores películas jamás filmadas. La banda sonora de Michio Mamiya, concurrencia de composiciones originales y de piezas clásicas occidentales y tradicionales japonesas, es néctar, soma e hidromiel para los oídos, y la fotografía de un desconocido Somai Takahashi recuerda a los luminosos trabajos a color de Yuuharu Atsuta en las últimas obras de Ozu. "La historia de los canales de Yanagawa" es una de las experiencias cinematógraficas más satisfactorias que un amante del cine puede conocer, en nada inferior a las incursiones en el género documental de Welles, Fellini, Murnau o Buñuel. E igual que las obras calificadas de documentales de estos maestros, "Yanagawa" no es solo divulgación, sino ficción.

Si "Yanagawa" fuese literatura, el género al que pertenecería no sería, como la mayoría de películas, el relato corto o el drama, sino la lírica. Podría decirse de ella que es las "Geórgicas" virgilianas vertidas en el medio audiovisual. Y esta aseveración no se hace arbiatriariamente o por convencionalismo, como en la mayoría de las ocasiones en que a algo se le imputan cualidades poéticas. Tomemos, por ejemplo (su brevedad y su nacionalidad lo hacen óptimo para nuestro propósito), un haiku de Matsuo Basho, uno, además (por hacer la gracia), usado por Takahata en su penúltimo film, dice así: Una risa jubilosa/quiebra el silencio/de un crepúsculo otoñal. Este poemita tiene dos lecturas, una literal y otra figurada o metafórica. La literal no requiere explicación, la metáforica, quizá sí: Basho subraya una ironía muy potente, la de que alguien, inconscientemente, puede fastidiar a los demás sin pretenderlo mientras se lo está pasando en grande. Bien, pues "La historia de los canales de Yanagawa" funciona del mismo modo, y por debajo de los mapas hidrográficos de la región, la enumeración de datos y las explicaciones técnicas, fluye, como una corriente subterránea, un mensaje distinto a y más jugoso que el literal.

"La historia de los canales de Yanagawa" es una comedia, una comedia romántica, concretamente del tipo que Northrop Frye bautizó como de mundos verdes, "cuyas tramas se integran en el tema ritual del triunfo de la vida y del amor sobre la tierra baldía" y cuyos mayores exponentes cinematográficos serían, entre otros, "El hombre tranquilo", "Amarcord" o "Madadayo". Dicho así, podría parecer que esta obra es una rara avis dentro de una filmografía profundamente irónica, pero no debe confundirse el romanticismo con el idealismo. Takahata se preocupará de mostrarnos la cara y el reverso. Lo que quizá sí sorprenda sea el tratamiento tan ecuánime que se le da al progreso técnico y al racionalismo, viniendo de un director que en obras posteriores presentaría la civilización como matadero de seres humanos o subyugadora de la naturaleza. Ni siquiera se mitifica la sociedad preindustrial. En "Yanagawa" queda claro que aunque el agua ya no sea potable, las mujeres ya no tienen que helarse los dedos llenando cubos en invierno al rayar el alba; que aunque los canales no sean el medio de transporte preferido, el turismo ha vuelto a devolverles el protagonismo perdido; que aunque uno ya no pueda nadar en los canales, puede usar un aparato electrónico para medir la salinidad del agua.

El relato se divide en tres partes. En primer lugar, nos describe los canales de Yanagawa, el mundo verde e ideal, verdadero oasis en mitad del desierto inhabitable, isla paradisíaca siempre amenazada por el bamboleo del océano estéril. Abundan, en esta primera parte, los niños, la fauna y la flora. Un canto a la inocencia. A continuación, descubrimos la región en que se sitúa Yanagawa y la historia que explica los canales. Descubrimos, también, la pluralidad de formas que es capaz de adoptar el ingenio humano con tal de adaptarse al medio en el que le ha tocado desenvolverse. Un canto a la experiencia. Finalmente, volvemos, más sabios, a la Venecia nipona y conocemos la historia de un líder local que, con la ayuda de otros muchos ciudadanos de todas las clases, sexos y edades, salvó los canales de desaparecer, como había ocurrido en otros municipios japoneses. Las razones que se dieron para convencer de ello al alcalde fueron tanto emocionales como técnicas.

"La historia de los canales de Yanagawa" acaba, como toda comedia romántica, dialécticamente, con una sociedad surgida del conflicto antitético entre dos sociedades aparentemente incompatibles (en este caso, el mundo natural y el mundo civilizado), una sociedad superior, que es capaz de integrar las dos sociedades preexistentes. La idea que da cohesión a las casi tres horas de metraje es que ese mundo maravilloso que es Yanagawa no es ni un una creación espontanea de la naturaleza ni una invención humana, sino la síntesis de los recursos presentes en el terreno y del esfuerzo continuado de decenas de generaciones de seres humanos ("nuestros antepasados sudaron sangre", dice alguien en alguna parte). Al final, Takahata nos persuade de que, sin sufrimiento, es imposible producir algo de valor, de que, acaso, sin el cautiverio en Argel y la pérdida de la movilidad de una mano, no podría existir "El Quijote" o, sin los trabajos forzados en Siberia, "Los hermanos Karamazov".
Montana
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