Una vez más Miyazaki nos presenta otra joyita onírica de las suyas, de enredado argumento pero de muy disfrutable en lo referente a lo artístico. Y es que, aunque sólo con estos momentos estéticos que tiene la película ya vale la pena verla, también habría algo que me gustaría destacar.
Quizás solo sean conjeturas mías, pero sabiendo como están de obsesionados los japoneses con las catástrofes que sufrieron y que han sido plasmadas en películas, especialmente de anime, me fijé que esta película de Miyazaki tiene un matiz un tanto bélico que recuerda mucho la segunda guerra mundial. No es que esté exactamente enfocada a la destrucción masiva de las bombas atómicas, ni al severo autoritarismo de los mandatarios que protagonizaron la época; es más bien lo que tuvo que sufrir la población, en las familias y en sus casas en general: Un hijo o un marido que era reclutado sin quererlo y llegaba casa corrompido por la guerra, o la situación de las mujeres, tanto si era vieja o joven (como muy bien refleja el personaje de Sophie en la película), que se veían en las circunstancias de que con mucho coraje tener que llevar adelante sus casas ellas solas. Por no decir la simbología de las naves tirando bomba, las luchas aéreas e incluso algo más rebuscado: que el personaje del espantapájaros represente al mismísimo emperador.
También, otra cosa destacable, son las transformaciones físicas de los personajes, que fruto de las anímicas, pueden llegar incluso hacer que parezcan otros personajes distintos, muy curioso especialmente.

Para terminar, sólo decir que posiblemente lo peor de la película sea esa ñoñería romántica “made in Japan”, que hace que se nos empache algunas de las escenas.