Gradilocuencia interpretativa, eso es lo que destila este gran clásico de Kazan.

Todo el vigor masculino de Marlon Brando resplandeciendo ante los ojos de una Vivien Leigh que interpreta a Blanche, una rica sureña venida a menos huyendo de la muerte de un esposo sensible al que nunca comprendió y culpándose, hasta tal punto de convertir su fantasía en realidad.

Su hermana, Stella, es una mujer enamorada, pero atrapada por Stanley, ese Brando antes mencionado, seguro de sí mismo, sucio, mal marido y futuro peor padre a todas luces, que atempera, que destroza con su bestialidad insensible los sueños de sus dos mujeres, su esposa y su cuñada, para nunca convertir la sensualidad carnal y animal que destila en algo real.

Hipnotizador de serpientes, amante de lo real, lo bajo, lo mezquino, rey de los bajos fondos. Injustamente no galardonado esta vez, Brando se merece toda la gloria por este papel pero no más que Leigh, lejana, fuerte, tan segura de sí misma como esa Escarlata O´Hara que ya forma parte de su identidad actoral para siempre.

Odiosa, Leigh se pasa las dos horas de la película en tensión regalándonos todo el dolor, la frustración y los deseos y delirios inconfesados de su Blanche siempre alerta, sin intentar justificar nada, tan solo recubriéndolo de fantasía y más y más.
Hasta que Stanley pisa esos sueños.

No hay nombre para tanta perfección actoral. Solo Tenessee Williams podría lograrlo.