El principal problema es que el querido personaje, Elvis, no aparece.

Nada de él. Austin Butler está bien en las series de cuando era adolescente, chico Disney, el elfo enamorado de Ivana Vaquero en Las Crónicas de Shannara etc, pero ahora que la treintena se le echa encima ya esta explotación del eterno Peter Pan adolescente que las enloquece a todas de menos de 18 se está apagando.

Y no tiene nada que ver con Elvis. Ni su físico, con ese pelo teñido de alcanfor, ni su voz, ni sus gestos exagerados con ese movimiento de pelvis para emular al Rey, ni su incipiente carrera por parte del Coronel fue como aquí nos presentan.

Ni Priscilla es Priscilla, sino un admiradora enamorado que él elevó, solo le faltan los pompones.

Sinceramente, el tercer acto es para salir corriendo. Entiendo que a la crítica general le guste, porque a mí Luzhrmann me encanta, es el director más luminoso de la historia, pero este que ha retratado aquí no tiene nada que ver con Elvis, ni el carisma carente, ni la voz que no llega, ni el tinte negro, ni su belleza sin rival, ni la música, ni sus circunstancias, tan solo un actor joven imitándole sin mucho éxito y muchas voces.

Un karaoke para Austin Butler y doce minutos de ovación y lameculos no valen para hacerle justicia Elvis.

Solamente se hace justicia a sí mismo en sus propias películas, ojalá lo dejen así.

Si hubo un año en el que el cine es carroña, de seguro que es éste. No creo volver al cine en lo que queda de año.