A la mayoría de la gente nos rondan siempre (o casi) las mismas cosas por la cabeza. Con el paso del tiempo, nuestras preocupaciones se convierten en obsesiones, nuestros tics en manías… En fin, que toda la basura que nos llega de fuera (más la que traemos de serie), nos la va tatuando nuestro cabroncete cerebrín en las neuronas y, a veces, no nos libramos de ella jamás.

A los cuentistas (no es peyorativo; me refiero a los que saben inventar historias y hacer que estas lleguen al público) les pasa lo mismo. Así, a bote pronto, se me ocurren un par de ejemplos, uno nacional: Almodóvar (que siempre cuenta la misma historia) y otro de importación: Woody Allen (que, salvo maravillosas excepciones, también cuenta siempre lo mismo). Y así hay montones. Supongo que es normal. Y Alex de la Iglesia no es una excepción. ¿Cuántas veces hemos visto en sus películas al (ya típico) “pasao” de rosca que, cuando le da el pronto, se lía a tiros (o a golpes, o a lo que sea) mientras se parte de risa? A mí, por lo menos, me suena mucho y, además, confieso que me gusta la idea (a lo mejor es que también estoy “pasao”, no sé).

La cuestión es que, como de la Iglesia ya tiene experiencia en esto de hacer cine y además porque (quizá) dispone de más dinero, pues cuenta la historia cada vez mejor, aunque es una verdadera lástima que tanto esfuerzo por hacer eso (contarla cada vez mejor), se malogre casi completamente debido a un guión infectado con el típico (y cansino) trasfondo maniqueo español (que sí, Alex, que ya sabemos lo de la Guerra Civil y que los fachas, con el Paco a la cabeza, eran (son) muy, pero que muy malos y que los demás eran (son) pobres y sencillas gentes) y, sobre todo, a una ambientación técnicamente excelente pero formalmente anacrónica, que reducen la película a un sainete granguiñolesco con pretensiones, sólo apto para consumo interno (hay cosas que son ininternacionalizables) y para mayores de 40 tacos por lo menos si quieres pillar todo el contexto porque, si no, te parecerá que has visto poco más que un esperpento.

Hay que decir que las interpretaciones son muy buenas, en especial las de Antonio de la Torre y Carlos Areces y que Carolina… pues eso, que está ¡Bang!

En resumen: otra buena intención malograda con la que (quizá) puedas pasar el rato.