Padre, madre e hijo se trasladan, por prescripción médica, de la ciudad a un entorno rural. Eso sí, ese entorno tiene que estar totalmente aislado, porque si lo está dentro de un nucleo rural, es decir, con más vecinos, ya no nos vale.

La casa no debe ser una casita de campo, mona, coqueta y con un porche alegre. No. Debe ser un caserón destartalado, lúgubre, con infinidad de habitaciones, pasillos y demás recovecos que te llevan a descubrir salas más lúgubres. Por supuesto, las goteras y la oscuridad deben estar presentes.

Los protagonistas deben encajar perfectamente en el perfil. Veamos; un marido "normal" y una esposa con problemas mentales (o al revés), y un hijo de pocos años pa comérselo de lo bueno que es (mención aparte y que se sale de guión la del niñato guaperas y la de la pareja de invitados, para flipar)

Es importante reseñar que sólo uno de ellos presenciará situaciones paranormales dentro y fuera de la casa. Por supuesto, dicha misión siempre recae en el trastornado mental.

La mayoría de veces, los animales juegan un papel más o menos importante. Quién no ha contado con un pájaro (cuervos mayormente), lobos, gatos o, en el caso que nos ocupa, perros. Pues sí, en esta cinta no son menos y hay un perro que asoma sus colmillos merodeando y mordisqueando al personal.

Por supuesto, si vas al pueblo te encontrarás a esa medium o personaje similar (suele ser mujer) capaz de contarte lo que nadie sabe. Esta vez no termina acudiendo a la casa para ver si hay espíritus. Raro.

Los finales de estos argumentos suelen ser abiertos (aunque limitados) y, por tanto, el director se mueve libremente. O bien todo ha sido una ida de olla de la mujer, o bien todo lo ocurrido es verdad. En este caso el director opta por la segunda opción, a pesar de intentar desorientarnos un poco en la parte final, pero evidentemente, si el hijo ve a la niña y al perro, es que aceptamos pulpo como animal de compañía...