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Thriller. Intriga. Drama
Irán, año 1979. Cuando la embajada de los Estados Unidos en Teherán es ocupada por seguidores del Ayatolá Jomeini para pedir la extradición del Sha de Persia, la CIA y el gobierno canadiense organizaron una operación para rescatar a seis diplomáticos estadounidenses que se habían refugiado en la casa del embajador de Canadá. Con este fin se recurrió a un experto en rescatar rehenes y se preparó el escenario para el rodaje de una ... [+]
22 de febrero de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Argo es como un plato americano. Te ponen una buena chuleta de carne de Texas y luego la aderezan con todo tipo de condimentos y acompañamientos. Por eso les ha gustado tanto a los americanos.
La chuleta es la trama básica. No se le puede poner reparos. Contundente: hay unos americanos en peligro de caer en manos de los terroristas y hay que rescatarlos. Sobre ella se monta el plato.
Ahora viene el gravy que es la sustancia, es decir el cerebro de la operación, el que va a dar vida la acción: un agente de la CIA con aspecto de profesor en año sabático, amante de su hijo y devoto de su esposa en separación. No hay mal rollo es un gravy con su vino bien ensamblado con la madera, notas compensadas y una pequeña chispa picante que es su entusiasmo.
Luego están los side orders, es decir lo que acompaña a la chuleta, los seis empleados de la embajada de EEUU en Irán que se han refugiado en la de Canadá. Los hay dulces como el maíz, una de las esposas; su reticente y culposo esposo agrio como el pepinillo, un contable grasiento como las patatas, un empleado de más edad optimista y sabroso como la cebolla mayor, y otra pareja más anodina como lo sería unos espinacas a la crema. Menú completo.
El embajador de Canadá y su esposa son como una fuente sólida en la que se emplata el manjar, discretos pero firmes en sus convicciones.
Alan Arkin y John Goodman imprescindibles para que el sabor repunte son la mostaza y la pimienta. Una pareja del mundo del cine que parece disfrutar más jugando a espías que con sus profesiones.
Las relaciones entre jefes de la CIA, funcionarios de la Casa Blanca, y militares del Pentágono tirando a convulsas como el vino, agitados como las bebidas, se enfrían, se calientan como las soft drinks.
Los terroristas son la salsa Worcester, el curry, kétchups, barbacue sauce y las bacterias de la carne que si no se administran con cuidado y se asan a la temperatura adecuada pueden arruinar la cena. Pero al final uno va cubriendo la carne con todos los aderezos y hasta te crees que ha habido un cocinero detrás de ello, o sea el director, que si que ha puesto todo eso junto.
Tiene su ritmo sí, la comida americana es fast pero siempre sabe a lo mismo.
La chuleta es la trama básica. No se le puede poner reparos. Contundente: hay unos americanos en peligro de caer en manos de los terroristas y hay que rescatarlos. Sobre ella se monta el plato.
Ahora viene el gravy que es la sustancia, es decir el cerebro de la operación, el que va a dar vida la acción: un agente de la CIA con aspecto de profesor en año sabático, amante de su hijo y devoto de su esposa en separación. No hay mal rollo es un gravy con su vino bien ensamblado con la madera, notas compensadas y una pequeña chispa picante que es su entusiasmo.
Luego están los side orders, es decir lo que acompaña a la chuleta, los seis empleados de la embajada de EEUU en Irán que se han refugiado en la de Canadá. Los hay dulces como el maíz, una de las esposas; su reticente y culposo esposo agrio como el pepinillo, un contable grasiento como las patatas, un empleado de más edad optimista y sabroso como la cebolla mayor, y otra pareja más anodina como lo sería unos espinacas a la crema. Menú completo.
El embajador de Canadá y su esposa son como una fuente sólida en la que se emplata el manjar, discretos pero firmes en sus convicciones.
Alan Arkin y John Goodman imprescindibles para que el sabor repunte son la mostaza y la pimienta. Una pareja del mundo del cine que parece disfrutar más jugando a espías que con sus profesiones.
Las relaciones entre jefes de la CIA, funcionarios de la Casa Blanca, y militares del Pentágono tirando a convulsas como el vino, agitados como las bebidas, se enfrían, se calientan como las soft drinks.
Los terroristas son la salsa Worcester, el curry, kétchups, barbacue sauce y las bacterias de la carne que si no se administran con cuidado y se asan a la temperatura adecuada pueden arruinar la cena. Pero al final uno va cubriendo la carne con todos los aderezos y hasta te crees que ha habido un cocinero detrás de ello, o sea el director, que si que ha puesto todo eso junto.
Tiene su ritmo sí, la comida americana es fast pero siempre sabe a lo mismo.