Y es que la personalidad de nuestro personaje tiene una esencia tan elaborada que resulta hasta casi perfecta. Es cierto que es un despota, un cínico, un mentiroso, y hasta un mafioso, pero para él eso es algo normal, si no puede solucionarlo por las buenas, lo hará por las malas sin inmutarse, como si en vez de echar ketchup, echara mostaza. Su registro de la vida es el mismo.
A lo que quiero llegar es a que tiene un modo de vida, no le vemos alegrarse o ser feliz por las cosas buenas que le ocurren, pero es que tampoco le vemos desesperado o triste cuando le pasan cosas malas, el equilibrio, como el mismo decía. Es como si aceptara todo lo que le fuese llegando, sea de una índole u otra, incluso como si ya lo supiese de antemano.
Él sabe quién es, no existe la palabra "arrepentimiento" en su vocabulario. Por eso, cuando la chica lo chantajea para ser jefa, éste lo acepta sabiendo que ha perdido en esa pelea, la hace jefa y luego sigue como si nada, sin rencores y a seguir.
Y eso lo han calcado a las mil maravillas, encima con un Bardem épico.
Ese final con el patrón mirando el premio colgado diciéndole al viejito currante que está mal puesto o que hiciera otro agujero... Y éste, detrás con cara de sufrimiento a cada segundo que pasa... Grandioso.
Por un momento os juro que pensé que le iba a taladrar la nuca, o que haría el ademán y justo se cortaría la secuencia.
A esas alturas evidentemente el hombre ya se podía imaginar mil cosas sobre el "capullo" del patrón, tampoco es tan difícil sumar dos y dos, pero ahí lo deja, o revientas o agachas las orejas y lloras... Otra moraleja final que ocurre en la vida real.