Un buen libro se reconoce por su calidad narrativa, una buena trama y personajes atractivos. La saga de libros de Harry Potter ya poseía estas tres características, brindando a su creadora de fama internacional y un reconocimiento casi unánime de su gran talento.

Sin embargo, el señor Yates, encargado de la dirección de la última película, se encontraba ante un problema y éste eran... los fans.
La presión de tener, no solo alcanzar, sino mejorar la obra original, plasmando su trabajo ante millones de personas en cines de todo el mundo.

Solo tengo que decirle una cosa señor Yates... lo ha conseguido:

Planos espectaculares, interpretaciones sublimes, un uso sabio y para nada abusado de los giros de cámara y los efectos especiales, mejoras del guión original y un poderoso manejo del sentimentalismo y la banda sonora nos brinda la que es la mejor película de Harry Potter en los diez años que llevo siguiendola en los cines.

He llorado, he reido, me he sentido asfixiada y extasiada con apenas unos minutos de diferencia, y eso pese a que ya conocía el final por los libros.
Ha sido como presenciar el desenlace de una historia completamente distinta, como volver a empezar a leer el séptimo libro. El cosquilleo en mi estómago se hacía mayor según los actores secundarios dejaban una huella memorable en mi cerebro y en mi corazón.

Pero mentiría si dijera que esta película no le pertenece por completo a un actor en concreto. Alguien que no solo se ha fusionado completamente con el personaje, sino que se ha hecho con el protagonismo total de la cinta en apenas seis minutos. Os hablo, damas y caballeros, de Alan Rickman, actor que interpreta a Severus Snape y quien ha logrado enternecerme hasta el punto de no poder ver la pantalla a causa de las lágrimas.

No puedo continuar escribiendo sin entrar en detalles que se consideren spoilers, así que concluiré esta crítica abierta con mis mas sinceras felicitaciones a un equipo de rodaje estupendo que se ha ganado mi respeto y admiración incondicionales.

Gracias por ayudarme a cerrar una de las más maravillosas y entrañable etapas de mi vida.