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Voto de Kasanovic:
8
6,8
37.849
Drama
En 2001, Billy Beane (Brad Pitt), director general de los Atléticos de Oakland (béisbol), se hizo famoso al conseguir grandes éxitos por medio del método "Moneyball", programa que consiste en construir un equipo competitivo con menos recursos económicos que la mayoría de los equipos de las Grandes Ligas y empleando métodos estadísticos por ordenador para coordinar a los jugadores. (FILMAFFINITY)
31 de marzo de 2012
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando a los españoles nos hablan de béisbol, solemos pensar en un deporte aburrido cuyo único objetivo parece ser lo lejos que se golpee a la pelota con un bate. Asistimos perplejos a cómo en las obras cinematográficas estadounidenses se glorifica el béisbol, pregonando su aprendizaje desde edades muy tempranas, prometiendo el cielo a los niños si algún día consiguen triunfar. Las gradas están llenas de gente con los colores de su equipo, mientras cantan y casi se atragantan comiendo frutos secos. Y, sin embargo, a nosotros nos sigue aburriendo.
Pues bien, es muy probable que la medicina necesaria para curar este desapego respecto del béisbol se llame Moneyball. Porque la obra de Bennett Miller narra una historia de amor por este deporte, de superación personal, de fracaso y de éxito, de sonrisas y lágrimas, de cómo algo aparentemente tan mundano puede llegar a marcar nuestra vida para siempre. Es la historia de Billy Beane, un ex jugador que como manager general de los Oakland Athletics da una vuelta de tuerca a la lógica, supliendo las bajas de sus tres mejores jugadores con fichajes que destilan poca calidad. Sin embargo, tras esta aparentemente disparatada estrategia se esconde un verdadero cálculo matemático, llevado a cabo por el economista Peter Brand. Es el método ‘Moneyball’, que emplea métodos estadísticos para analizar a los jugadores, dejando de lado cualquier otra cuestión.
Aunque el montaje de la película parece no haberse realizado de forma uniforme (apenas nos narran el pasado como jugador de Beane), cualquier problema en la narración queda solventado por el magnífico guión de Sorkin y Zillian. Estos dos genios nos brindan un trabajo que logra ascender la cuota de calidad de la película a una mayor de la que realmente aparenta tener. Todo tiene sentido en Moneyball, apenas se utilizan los típicos momentos de relleno que abunda en cualquier otro blockbuster dedicado al deporte. Aquí no sucede eso, estamos hablando de una obra totalmente seria que penetra en el cerebro y en el corazón del espectador a partes iguales, sin hacer necesario que éste crea en los milagros, sino simplemente en la perseverancia humana, en hacer lo que de verdad queremos hacer, por mucho dolor que ello conlleve.
Para redondear una buena cinta, hay que decir que la actuación de Brad Pitt es más que aceptable, personificando a un auténtico amante del deporte, aunque por momentos se pase de histriónico en su interpretación. Quien quizá decepcione un poco sea PSH; bien es cierto que su papel es muy secundario (no en vano, lo son todos salvo el de Pitt y Hill), pero parece que el personaje que le hemos visto interpretar en otras cintas choca un poco con el de este entrenador falto de carisma que no cree en la victoria.
Acabo en spoiler sin destripar nada.
Pues bien, es muy probable que la medicina necesaria para curar este desapego respecto del béisbol se llame Moneyball. Porque la obra de Bennett Miller narra una historia de amor por este deporte, de superación personal, de fracaso y de éxito, de sonrisas y lágrimas, de cómo algo aparentemente tan mundano puede llegar a marcar nuestra vida para siempre. Es la historia de Billy Beane, un ex jugador que como manager general de los Oakland Athletics da una vuelta de tuerca a la lógica, supliendo las bajas de sus tres mejores jugadores con fichajes que destilan poca calidad. Sin embargo, tras esta aparentemente disparatada estrategia se esconde un verdadero cálculo matemático, llevado a cabo por el economista Peter Brand. Es el método ‘Moneyball’, que emplea métodos estadísticos para analizar a los jugadores, dejando de lado cualquier otra cuestión.
Aunque el montaje de la película parece no haberse realizado de forma uniforme (apenas nos narran el pasado como jugador de Beane), cualquier problema en la narración queda solventado por el magnífico guión de Sorkin y Zillian. Estos dos genios nos brindan un trabajo que logra ascender la cuota de calidad de la película a una mayor de la que realmente aparenta tener. Todo tiene sentido en Moneyball, apenas se utilizan los típicos momentos de relleno que abunda en cualquier otro blockbuster dedicado al deporte. Aquí no sucede eso, estamos hablando de una obra totalmente seria que penetra en el cerebro y en el corazón del espectador a partes iguales, sin hacer necesario que éste crea en los milagros, sino simplemente en la perseverancia humana, en hacer lo que de verdad queremos hacer, por mucho dolor que ello conlleve.
Para redondear una buena cinta, hay que decir que la actuación de Brad Pitt es más que aceptable, personificando a un auténtico amante del deporte, aunque por momentos se pase de histriónico en su interpretación. Quien quizá decepcione un poco sea PSH; bien es cierto que su papel es muy secundario (no en vano, lo son todos salvo el de Pitt y Hill), pero parece que el personaje que le hemos visto interpretar en otras cintas choca un poco con el de este entrenador falto de carisma que no cree en la victoria.
Acabo en spoiler sin destripar nada.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Por tanto, nadie se debe quedar sin ver Moneyball por la única razón de que le aburra o no entienda el béisbol. La película es tan sólida y se encuentra tan pulida que un mínimo de interés por lo que aquí se pueda contar basta y sobra para entender el contenido fundamental de la obra. Es posible que estemos ante una de las mejores películas sobre deporte que se hayan hecho jamás. Sin embargo, hay que tener en cuenta una última cosa: quizá los guionistas nos hayan vuelto a engañar, y como ya ocurría en La red social, el béisbol puede ser aquí, como Facebook en aquella, un mero motivo que sirve para contar algo mucho más profundo.