La última película arriesgada y de estilo clásico dirigida por Roman Polanski, en la que trabajan Jodie Foster, Kate Winslet, Christoph Waltz y John C. Reilly, responde a las expectativas de ser la adaptación de la obra de Yasmina Reza. Un incidente, una pelea entre niños que acaba con dos dientes rotos y un apartamento que sirve de escenario durante todo el film a un acto de reconciliación entre los padres.
Elementos que, durante ochenta minutos en tiempo real, nos divierten y logran esconder tras la risa, la realidad, que saca a la luz toda la hipocresía de una sociedad que busca tranquilizar su conciencia. No hay buenos ni malos. Ni tan siquiera vencedores y vencidos. Sólo cuatro adultos que se enzarzan en una calurosa discusión a cuatro bandas, que dejan en evidencia, a unos individuos vacíos de comprensión y sobrados de apariencias para los que la sinceridad es grosería. Como bien indica el título son salvajes, seres barnizados de una ética moralista que se enfrentan entre ellos con un mismo fin -como se demuestra entre las miradas entre un gran Waltz (escéptico) y Foster (idealista) o con la enmascarada pobreza moral de Reilly y Winslet-.


Polanski utiliza la estrategia que consiste en tensar la cuerda hasta el punto que dudas si es drama o comedia y no sabes si tu reacción debe ser risa o náusea. Es en ese momento, cuando el director ofrece su versión más oscura y por ello la transforma en graciosa.


Buena parte de las virtudes de la película cabe atribuirlas a la obra original de Yasmina Reza. El film, con una aparente ligereza y facilidad para conectar con un ritmo enérgico, recae en el mecanismo cuidadoso del guión que no desfallece en ningún momento y cuyos calculados giros funcionan a la perfección. Sin embargo, la película no consigue, aunque lo intente, ese clímax que te deja inmóvil en el sillón y que te hace pensar más a la salida de la sala.